16 octubre, 2011

Cabrón (1)

Las mujeres con las que he compartido juegos de cama me conocen. Yo procuro conocerlas a ellas. Me intereso por saber qué les gusta hacer; qué no les gusta hacer; qué las ponen a cien; qué las vuelven animales, instintivas, concentradas en el placer y ajenas a lo demás. Ellas no tardan en saber que, entre otras cosas, me gusta que me insulten, que me digan cosas fuertes, cosas que sólo dirían con odio en otro contexto. En cierta forma me gusta que me odien, que me odien por desearme tanto. Me gusta que me llamen cabrón, sin embargo, no siempre me comporto como tal. Hoy quería ser un cabrón de verdad, hoy me lo dirá de corazón.

El dormitorio estaba ambientado con una luz tenue roja anaranjada. Tras media hora de haber encendido las velas aromáticas, el aire ya tenía ese olor dulzón afrodisíaco que prometía la etiqueta. Durante esa media hora, M y yo habíamos estado disfrutando de una botella de vino en la sala de estar, frente a la televisión, desatendiéndola. Calentábamos el ambiente contándonos historias, situaciones morbosas que habíamos tenido en el pasado con antiguas parejas o amantes. Nos besábamos, pero no nos magreábamos. Le había puesto esa condición, no habría tocamientos hasta llegar a la cama.

Estábamos muy calientes cuando pasamos a la habitación. M no sabía lo que iba a encontrarse, pues le dije que sería una sorpresa. Había comprado algunas cosas, juguetes adultos, pensando en aquella situación, pero no le había dicho nada. Cuando vio las nuevas adquisiciones me miró ilusionada, estaba deseando probarlas.

-¿Qué te parece si hoy me porto mal contigo?- le propuse, pícaro.
-¿Qué me quieres hacer?- preguntó.
-Es una sorpresa- respondí guiñando un ojo y sonriendo.

Sumisa, M se dejó hacer mientras la preparaba. Sería algo sencillo. Sobre la cama había unos almohadones grandes donde apoyaría su vientre dispuesta en la postura de perra, perra en celo. Sus manos estarían esposadas entre sí, cómodas gracias a unas cubiertas suaves sobre el metal de los grilletes. Éstos irían atados a la parte alta del cabecero de la cama y ella podría cogerse a los barrotes del mismo, sintiéndose atrapada. Una vez esposada la besé ardientemente, la acaricié en la espalda y la besé en el cuello. No quería que se enfriase el ambiente mientras preparaba el juego.

-¿Estás mojada?- pregunté.
-Sí, estoy caliente, uff, sigue- respondió.

Le pedí que se apoyara en los cojines mientras estiraba una de sus piernas. Até un trozo de seda en su pierna, justo bajo la rodilla evitando apretarlo mucho. Repetí la operación en la otra pierna y después até ambos trozos de tela bajo la cama, a las patas. M estaba en una postura muy morbosa. Sus piernas estaban abiertas, podría abrirse más, pero no cerrarlas. Sus tetas colgaban por estar atada a mayor altura. Tenía el culo a mi disposición, en pompa. Lo azoté fuerte y seguidamente lo apreté.

-Mmm, qué culo.

Pasé la mano entre las nalgas, fuerte sobre la hendidura, bajando hacia la vulva acariciándola por fuera hundiendo un poco más el dedo corazón, para notar el roce de los labios internos.

-Efectivamente estás poniéndote guarrilla.

Recogí su pelo en una coleta y me senté a su lado.

-¿Te gusta estar así para mi?
-Mucho- dijo sonriendo- ¿Qué me vas a hacer?
-Te voy a tapar los ojos. Será mucho mejor que mirar la cama o el cabecero. Además, quiero que te centres en los demás sentidos, hoy vas a sentir muchas cosas.

Coloqué un antifaz de los que se utilizan para dormir sobre su rostro. Estaba completamente vulnerable, a merced de cualquiera, a merced de cualquier cosa que se le hiciera. A merced de mi voluntad. Lo último que hice antes de comenzar fue colocarle unos zapatos de tacón. Eran unos zapatos preciosos, negros, agresivos. Hasta en esa postura forzada estilizaban sus piernas.

...



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1 comentario:

Princesa dijo...

Desde luego que sí, CABRON, no se dejan las cosas sin terminar....ésta te la guardo....