17 junio, 2008

La vampiresa

No estaba cansado, aunque no quería mirar el reloj sabiendo que serían las tantas de la madrugada. La noche del sábado estaba siendo intensa. Estaba siendo, porque aún no había acabado y porque parecía que lo mejor vendría ahora.

No estaba seguro de si había ligado o me habían ligado. La cuestión es que me encontraba en la oscura habitación de aquella intrigante joven. Mis amigos me dijeron que la apodaban "vampiresa" porque te mordía el cuello como si realmente deseara la sangre de su interior, cosa que ya pude comprobar. Además la chica tenía el pelo negro azabache y la piel pálida. También vestía habitualmente muy sexy, con ropa oscura (morado, rojo, burdeos o negro), con lo que la comparación era bastante acertada. Más acertada incluso de lo que mis amigos pensaban, pues la decoración de aquella habitación revelaba un auténtico fanatismo por aquellos terrenos de fantasía y terror.

Las paredes eran oscuras. En la mesa y las estanterías yacían diferentes adornos góticos, con detalles rebuscados y afilados, junto a novelas de chupasangres clásicos y modernos. La habitación tenía una pequeña lámpara de araña, pero en ese momento era iluminada por velas que la vampiresa me pidió encender mientras ella iba al cuarto de baño. También abrí la ventana, procurando que las hermosas cortinas de encaje no llegaran a las velas por un golpe de viento que pudiera estropear la velada.

Afectado ligeramente por el alcohol, me senté sobre la cama y comencé a quitarme los zapatos y los calcetines, mientras escuchaba los pasos de la vampiresa acercarse por el pasillo. Se paró en el umbral de la puerta, observándome con su preciosa cara de gata juguetona. Respondí con mirada pícara. Eso la complació y se acercó a mi con un hipnótico contoneo de caderas. Se quitó los tacones delante de mi. En ese momento aprecié que las medias de rejilla que antes cubrían sus piernas habían desaparecido y eso me hizo contener el aire y sentir la excitación de mi miembro, que ya buscaba más espacio bajo la cremallera.

La vampiresa levantó ligeramente su vestido, no demasiado ceñido; abrió sus piernas y se sentó sobre las mías. Frente a frente comenzamos a besarnos apasionadamente, como si nos fuera la vida en ello. La abracé por la cintura para que no se cayera debido al movimiento y ella rodeó mi cuello con sus brazos. Estábamos muy excitados y calientes. Yo había creído siempre que los vampiros eran seres fríos, pero ella me estaba demostrando que no. Comencé a bajar la cremallera de tu vestido, por la línea central de la espalda, hasta llegar a su trasero. Fuertes caricias dedicaba a aquellas curvas que comenzaban a contonearse sobre mi poseídas por el diablo.

Sentí cómo sus dientes volvían a clavarse en mi cuello. Mi cuerpo comenzó a segregar endorfinas, que apaciguaban el dolor y estimulaban el placer. En cierto modo, el dolor de su mordisco me producía un placer que estaba dispuesto a devolver con creces. La aparté un momento y me quité la camiseta, lo suficientemente rápido como para no enfurecer a la bestia y dejar que siguiera devorándome. Me tumbé sobre la cama y desabroché mi pantalón y mi cremallera. Retiré mis calzoncillos boxers y mi pantalón ligeramente hacia abajo en el momento en que ella se levantó ligeramente para lanzarse sobre mi como una pantera hambrienta. Nuestros labios, junto a nuestras lenguas, volvieron a unirse como plastilina húmeda. La vampiresa se sentó sobre mi endurecido falo y en ese momento me di cuenta de que no llevaba ropa interior que cubriese su sexo. Notamos mutuamente nuestra humedad contenida y una explosión de placer invadió nuestros cuerpos. Comenzó a mover su vulva sobre mi polla, a lo largo de ésta, excitando su clítoris mientras nuestras bocas continuaban enganchadas.

Se levantó para dejar el espacio suficiente como para erigir mi rabo, cosa que hice gustoso con mi mano. Entonces la chupasangre buscó la posición correcta y otra explosión de placer, más intensa que la anterior, invadió nuestras mentes al dejarse caer sobre mi pelvis. Separó sus labios de los míos y se situó recta sobre mi. Posó sus manos sobre mi pecho y comenzó a bailar y cabalgar con sus caderas sobre mi cuerpo. Cerró los ojos y gimió, "mirando al cielo", disfrutando del movimiento de mi gruesa polla en el interior de su coño húmedo. A mi me gustaba mirar, pero el placer provocaba que mis párpados se unieran también. No podía evitar gemir y cerrar los ojos al compás de su danza sexual.

Tras su atractivo y placentero baile, no pude contener más al toro salvaje que me pedía salir. La sujeté por las muñecas e hice que se apoyara sobre la cama. La cogí por sus caderas y comencé a embestir su coño con mi abdomen mientras mi polla rellenaba y vaciaba su oscura y húmeda cueva. Aquello parecía gustarle tanto como a mi. Estuvimos alternando entre sus movimientos eróticos e intensos y mis violentas penetraciones. Me encantaba esa postura, pero le propuse cambiar ya que estaba a punto de correrme, y no quería ofrecerle mi blanca leche todavía a esta gatita.

Aprovechamos la pausa para deshacernos de los trapos que aún teníamos encima: el vestido, ella y el pantalón y los boxers, yo. Vi que estaba de espaldas, dejando su vestido, y aproveché para acercarme. Abracé su cuerpo al mismo tiempo que mi polla, sudada pero no cansada, entró en contacto con su hermoso culo. Pasé una mano por su vientre. Con la otra aparté su pelo y dejé libre su cuello para, posteriormente, acercar mis dientes y propinar unos mordisquitos sensuales en la bella curva que formaba. Noté cómo el placer la invadía. Abracé sus pechos y los amasé con lujuria. Bajé la mano de su vientre y busqué su sexo, para masajearlo con mis dedos con lascivia mientras presionaba su cuerpo contra el mio. Apreté más los dientes sobre su cuello y noté el escalofrío sobre su piel: a la vampiresa también le gustaba ser víctima.

Volvimos a la cama. Ella entró poniéndose de rodillas y bajando después sus manos sobre el colchón. A cuatro patas me recibió y no estaba dispuesto a discutir con ella sobre la postura. Me coloqué tras ella e introduje mi polla de nuevo sobre su vulva, buscando la puerta y rellenando el hueco correcto completamente. Comenzamos a empujarnos y a separarnos acompasadamente. Más lento primero y más rápido cuando cogimos el ritmo. La sujeté de nuevo por las caderas para que la potencia de la embestida fuese mayor, para que mis huevos golpearan su vulva y si clítoris con más fuerza, para escuchar mejor esos aullidos, más que gemidos, que emitía al sentir mi placer grueso. Para escuchar esos "no pares" que me animaban a seguir apuñalando su coño. Mis jadeos no eran pocos ni suaves.

Mi polla se apreciaba notablemente grande. Lo sabía porque físicamente sentía más a mi acompañante, más cercana y más sensible. Eso era porque empezaba a sentir la necesidad de descargar mi líquido y dárselo como ofrenda a mi compañera de juegos. Tiré de su cuerpo ligeramente hacia atrás. Acerqué mi pecho a su espalda, la cual acaricié con mis labios y mordí. Sujeté su cuerpo por sus excitados pechos y deslicé mis dedos de nuevo hacia su sexo, buscando el excitable clítoris. Lo noté caliente y duro, a punto de estallar. Lo presioné y acaricié mientras seguía empujando dentro de ella con mi polla hasta que conseguí que su cuerpo estallara en un mar de sensaciones indescriptibles a las cuales seguí yo, y mi polla, que parecía una manguera de leche mojando su espalda sudorosa.

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