07 noviembre, 2022

Teletrabajo

Tras la pandemia, sorpresivamente muchos jefes y responsables de empresas y departamentos se dieron cuenta de que el teletrabajo era una opción viable y apropiada, que podría mejorar el rendimiento y la calidad de vida de los trabajadores e, incluso, de ellos mismos. Lo que antes parecía impensable, o excepcional, se convirtió en la norma de la noche a la mañana en algunos sectores tecnológicos, donde no era necesario asistir a la oficina diariamente para cumplir con las responsabilidades.

El teletrabajo permite compaginar mejor algunos aspectos de la vida privada con la vida laboral. Obligaciones como trámites con las instituciones, o llevar y traer a los niños del colegio son más sencillas de cumplir cuando no tienes la obligación de asistir a la oficina y estar cerrado en un horario determinado. Sin embargo, existen otras ventajas del teletrabajo que deben tenerse en cuenta y no siempre se cae en la cuenta de ello.

Jesús era técnico cualificado. Después de pasar algunos años, con mejor o peor suerte, por diferentes empresas tecnológicas, al fin pudo encajar en una que valoraba realmente sus capacidades. Eso le permitía vivir con un buen sueldo y le ofrecía buen ambiente y condiciones laborales. Por otro lado, el trabajo era exigente, pero los días que debía teletrabajar eran siempre mejores, e incluso más productivos.

Cristina tenía un perfil laboral diferente y sus obligaciones le impedían disfrutar del teletrabajo. Sin embargo, su horario no era el típico de oficina, sino que según demanda debía ir a los diferentes lugares donde era reclamada. Normalmente se desplazaba dentro de la misma ciudad, aunque algunos eventos la obligaban a ir a pueblos o ciudades vecinos, ya sea para asesorar, ya sea para realizar una sustitución.

La pareja llevaba años siendo buenos amigos, amantes y compañeros de vida y, aunque la pandemia modificó algunas rutinas, lo principal se mantuvo firme. Tras los confinamientos, se acostumbraron rápido a la nueva costumbre de él de trabajar en casa. Las videoconferencias eran frecuentes y era costumbre que la puerta de la habitación estuviera cerrada o entornada. Aunque la casa era espaciosa y amplia, el escritorio de trabajo estaba en el dormitorio principal. que era como un pequeño estudio y tenía cuarto de baño propio. Era una habitación muy luminosa, pintada de blanco, con amplias ventanas y grandes armarios, cuyo color claro estaba acompañado de grandes espejos de cuerpo entero que ofrecían un reflejo óptimo en la zona ocupada por la cama.

Aquella mañana Jesús debía cerrar un contrato importante con los técnicos de un cliente internacional. Como habitualmente hacía para ese tipo de conferencias, se vestía con camisa y corbata. Se preocupaba de ofrecer una buena imagen de él a través de la cámara y de que toda la documentación estuviera preparada, así como de tener fresca la información relevante en su memoria. Cristina estaba también en casa. Por sus turnos, tenía varios días consecutivos de descanso y ya había hecho algunas tareas en días anteriores. Como se había tenido que levantar temprano para que Jesús pudiera tener su conferencia tranquila, estaba pensando a qué podría dedicar aquel tiempo precioso. Solo estaba segura de una cosa: debía ser tiempo bien empleado, en algo que valiese la pena, pues la vida no estaba para perder el tiempo.

El desayuno había sido relajado y completo. Una pieza de fruta metódicamente troceada había acompañado a los cereales y el roibos mañanero. Aún con la camiseta de dormir, Cristina ojeaba ligeramente sus redes sociales y su feed de noticias de interés. ¡Qué torpe! - pensó cuando se dio cuenta de que la batería estaba al 5% y no había puesto el móvil a cargar por la noche. Pero el cable y el cargador estaban en el dormitorio, donde Jesús estaba teniendo "la videoconferencia más importante hasta la fecha", según recordaba sus palabras en la tarde anterior, que aún resonaban en su cabeza debido a la gran excitación que consiguió transmitirle.

Bueno, ya en otras ocasiones había entrado en la habitación estando él de videollamada, así que no tenía por qué ser diferente. Entraría silenciosamente, en calcetines, recogería el cable y estaría fuera de nuevo, rauda como una liebre.

Desde fuera del cuarto ya se escuchaba a Jesús y sus interlocutores intercambiando términos técnicos y cifras económicas. Al pasar la puerta lo vio, formal y bien guapo; serio y profesional, con sus gafas frente a la pantalla y la cámara, con una camisa que le sentaba muy bien... ¡y sin pantalones, otra vez! Como no tenía las piernas en el encuadre, era habitual que estuviera sin pantalones en estos días que aún hacía calor. A Cristina le hacía gracia el contraste: gran profesional por arriba y playero de vacaciones por abajo. Pero también debía reconocer que le excitaba el aire formal y serio que tenía, y la concentración que demostraba al atender sus asuntos mientras ella estaba allí.

Fue a la mesita de noche mientras la mirada de Jesús la seguía a través de las lentes, demostrando que podía pasar a concentrarse de uno a otro asunto de manera muy rápida. Tenía a 5 conferenciantes en su pantalla, incluyendo a su responsable de departamento, pero Cristina siempre representaba una distracción que valía la pena disfrutar, tan guapa y atractiva. Además, el hecho de disfrutar de sus curvas en horario laboral le hacía sentirse travieso y eso le gustaba. La vio agacharse para buscar algo en la mesita de noche y cómo las nalgas les asomaban a ambos lados de la braguita sexy, que había salido a relucir por encima de la camiseta tras la inclinación de su cuerpo.

¡No está! No puede ser. - pensó Cris mientras rebuscaba en el cajón, intentando no hacer ruido.

- ¿Qué buscas? - Preguntó Jesús, que había silenciado su micrófono en un momento que no tenía que hablar, mientras se escuchaba de fondo a uno de los clientes.

-El cargador, que estoy sin batería.

-Ah, lo cogí yo.

-Vale, ¿lo necesitas? ¿O cojo el tuyo?

-Es que el mío me lo dejé en la oficina el otro día que fui.

-Tío...

-Lo tengo debajo de la mesa, desenchúfalo y te lo llevas, venga, que tengo que seguir.

Enseguida Jesús siguió atendiendo a sus interlocutores y a hablar de cosas muy poco excitantes. Cristina se agachó y accedió debajo de la mesa de vidrio y metal, donde los cables estaban estratégicamente recogidos y organizados. Había una toma con varios enchufes y en uno de ellos estaba el cargador blanco. Lo sacó del enchufe y cuando fue a darse la vuelta se dio cuenta de que Jesús llevaba puesto un calzoncillo blanco que mostraba el volumen del bulto más alargado de lo que es la posición relajada de su pene. Cristina sabía perfectamente cuándo Jesús estaba relajado y cuándo estaba animado, y aquello no estaba relajado, aunque tampoco estaba animado del todo. Pero ella sí acababa de animarse al ver las sombras de aquella prenda perfectamente definidas con la claridad de la habitación. La carne se elevaba curva hacia uno de los lados mientras los dos huevos colgaban un poco menos.

Un calor subió por el cuerpo de Cristina ahí debajo, pensando en el riesgo que suponía el estar frente a su jefe y sus clientes. Pensó en alargar la mano y masajear el bulto. Se haría más grande y suculento. Sería como si estuviera en su oficina masturbándolo y que sólo él lo supiera. Sin duda, sería mucho mejor que lo de enviarle fotos subidas de tono, o directamente videos, de cuando ella no estaba trabajando, pero él sí, y se sentía tan excitada que esperaba alguna respuesta subida de tono de él, para iniciar una masturbación deliciosa imaginando situaciones límite, como la que tenía ahora mismo en sus manos. O podría tener...

Se palpó y tenía la braga húmeda. Había estado debajo de esa mesa pensando demasiado tiempo, y pensando demasiado sucio. Y ahora tenía los genitales pidiendo caña y no le importaba ni el móvil ni el cargador. Podría ir a la mesita de noche y coger uno de los juguetes con vibración, ir al salón y apuñalar su coño mientras mordía un cojín o un trozo de tela (a veces podía ser un poco ruidosa) mientras leía o veía alguno de los mensajes cerdos que compartían y se guardaba para ocasiones de soledad.

- ¡Buf!, pero teniéndolo aquí... - pensó mientras volvía a mirar el bulto blanco, que se transparentaba ligeramente.

Jesús empezó a extrañarse de que Cris tardara tanto en subir. Ya había escuchado el sonido del cargador al ser desenchufado. Estaba ensimismado resolviendo alguna de las dudas que le estaban planteando cuando al fin la vio levantarse por detrás de su pantalla. Solo que, en lugar de dirigirse hacia la puerta, se dirigió hacia el armario. Abrió una de las puertas de espejo y la vio rebuscar en la zona donde suelen guardar ciertas prendas poco habituales, como disfraces, etc. Sacó una prenda blanca y vio cómo se quitaba la camiseta de espaldas. Hizo algunos otros movimientos que no entendió, pero procuró seguir pendiente de su cámara y pantalla.

Al momento, Cris apareció frente a él con una bata blanca y unas gafas. Solamente con la bata blanca como prenda de vestir. Se puso frente a él, junto a la mesa, fuera de la vista de nadie que no fuera Jesús, mirándolo excitada. La bata estaba abierta por el centro, mostrando un escote infinito, una línea de cuerpo que iba desde el cuello hasta la vulva, que mostraba algo de vello. En la mano tenía el cargador, que colocó sobre la mesa delicadamente. Con la otra mano, lentamente, descubrió uno de sus pechos, y volvió a cubrirlo cuando se aseguró de que él lo había visto. Jesús estaba fuera de su zona de confort, cruzando miradas entre la pantalla y el cuerpazo de Cris. Tragó saliva de una manera visible.

Cris pudo comprobar que su vagina estaba bien lubricada en ese momento. Se separó y volvió a ponerse entre la mesa y la cama. Ahora Jesús mostraba más distracciones y sus ojos se centraban más en ella, especialmente cuando se abría la bata y mostraba sus dos pechos, con los pezones notablemente excitados, o el culo, cosa que conseguía al ponerse de lado y echar la tela hacia atrás. Vio cómo una de las manos de Jesús fue directa a la entrepierna, a acomodar algo que le incomodaba. Cris podía imaginar qué era, así que decidió agacharse e ir a ayudar a su chico.

Ahora sí le gustaba más lo que veía. El bulto ya no hacía curva, sino que estaba recto y firme. Había una pequeña región gris oscuro donde correspondía al glande, demostrando que ya no era ella la única húmeda en ese cuarto. Los volúmenes estaban apretados y marcaban la blanca tela. Las manos de Cris se posaron sobre los muslos de Jesús, los abrieron y recorrieron los centímetros que había hasta entrar en contacto con el envoltorio de su regalo. Tocó por encima de la tela y frotó su coño por fuera y por dentro mientras sentía aquella virilidad. Escuchó la respiración de Jesús un poco acelerada.

La conversación llegaba a sus puntos finales. La negociación parecía estar yendo bien y los clientes parecían satisfechos con las respuestas ofrecidas por Jesús, quien estaba acordándose en aquel momento del famoso juego de El Impávido; de las veces que había fantaseado con él y de los esfuerzos que estaba haciendo por no hacer gestos extraños. Despidió a los contactos de los clientes y se quedaron Jesús y su responsable de área para comentar algunos detalles finales y puntos que los clientes habían apuntado. Podía apreciarse que Jesús no estaba relajado como habitualmente. Su motivo tenía, puesto que estaba sintiendo cómo la polla ya no estaba cubierta por el calzoncillo, sino que unos habilidosos dedos femeninos la manipulaban a su antojo. Volvió a tragar saliva mientras se concentraba en las palabras de su superior.

Al preguntarle éste algunas dudas, Jesús revisó sus notas apuntadas en un papel, a bolígrafo, sobre su escritorio. Bajó la mirada y pudo ver cómo la polla se hundía en la cálida y jugosa boca de Cris. Y menos mal que bajó la pirada, porque habría perdido el juego en ese mismo momento con su inevitable gesticulación. Lo estaba sintiendo todo: el jugueteo de su lengua, las copiosas babas lubricando su carne y los huevos entre sus manos siendo amasados. En ocasiones Cris pasaba de ser melosa a ser un animal, según lo excitada que estuviera, y esperaba que no hiciera movimientos bruscos. Por suerte, los únicos movimientos bruscos que estaba haciendo eran de dentro hacia afuera con su mano entre sus propias piernas, que notaba chapotear mojada en flujo.

- ¡Joder! - pensó, mientras deseaba que Cris no dejase de hacer aquello. Se acomodó un poco mejor en la silla para que Cris pudiera disfrutar de mejor posición y, claro, para que él pudiera disfrutar de mejores sensaciones.

Además de la polla, la conversación se estaba alargando también. A Jesús le estaba sobrando todo aquello y estaba haciendo lo posible por dar largas a su jefe, que siempre tenía algún punto adicional del que hablar.

-Yo creo que ya está. - dijo el altavoz.

-Yo también. - Dijo Jesús, al que no le importaba una mierda si estaba o no estaba lo que fuera de lo que hablaba, ya se preocuparía luego. 

Sonó el tono de llamada colgada y al fin pudo recostarse en la silla. Cris le clavó la mirada al sacar la babeada carne de su boca abierta y sonriente.

- ¡Joder Cris! ¡Jajaja!

- ¡Buf!, hacía tiempo que no hacía algo tan atrevido y excitante.

-Ni yo. Vamos a tener que repetirlo. Me va a gustar el teletrabajo ahora aún más.

-Claro, claro, ya veo que te gusta... ¿y yo qué? ¿eh?

-Tú te vas a llevar lo que te corresponde justo ahora.

Jesús se levantó y ayudó a Cris a levantarse. Besó apasionadamente aquellos labios con sabor a preseminal mientras metía el falo firme entre las piernas de ella, presionando la vulva hacia arriba. Frotó la carne y se dio cuenta del altísimo nivel de humedad que tenía. Amasó su culo mientras mordía su cuello y abrazaba su cuerpo. Poco a poco se dirigieron a los pies de la cama. Cristina se tumbó y abrió sus piernas para dar espacio a Jesús, quien se introdujo sin mediar palabra entre las piernas de ella.

Comenzó a empujar dentro de su cuerpo, a empotrarla como un animal salvaje, excitadísimo por lo que acababa de disfrutar, hundiendo la cara contra el colchón mientras seguía atacando el cuello de su excitada víctima, encantada de ver a través del espejo a Jesús con camisa, follándola sin contemplaciones. Cerró los ojos y se dejó llevar por el orgasmo, el tercero desde que había empezado a masturbarlo, pero el primero del día que le hacía temblar por dentro. Jesús se separó y derramó varios chorros de esperma sobre su vientre, entre respiraciones profundas y jadeos.

-Jesús, no te has quitado las gafas... Jaja.

Aún traspuesto por la corrida, tumbado a su lado, examinó la montura. Estaba irreparable.

-Joder... Jaja. ¡Oh, mierda, y tengo que seguir trabajando...!

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27 septiembre, 2022

La vena

Las venas y arterias forman la parte central de nuestro sistema circulatorio. Mientras que las arterias llevan la sangre limpia y oxigenada directa a los órganos y tejidos de nuestro cuerpo; las venas tienen la labor de recoger la sangre utilizada y desoxigenada, y distribuirla hacia los órganos encargados de depurarla. Para ello, la potencia del músculo cardíaco es fundamental, puesto que esta sangre filtrada será de nuevo bombeada y llevada a aquellos lugares clave donde su uso es fundamental.

Las arterias están en el interior del cuerpo, escondidas, protegidas de posibles daños, mientras que las venas tienen una localización más exterior, superficial y visible. En algunos casos, las características y el uso necesario hacen que sean muy visibles. En un cuerpo deportista el flujo de sangre de entrada es tan importante como el de salida. El corazón es una máquina de bombeo y las tuberías deben tener el tamaño adecuado al esfuerzo. Unas venas bien definidas y visibles, pero no en exceso, puede ser algo muy excitante, ya que denota que el cuerpo está preparado para esfuerzos exigentes. Y la vena que tengo delante ahora mismo, perteneciente a la polla desnuda y erguida que estoy saboreando, es realmente estimulante.

Además de una vena principal, había otras venas menores, ramificadas, que no sobresalían apenas sobre la tersa piel. Eran visibles, violáceas sobre la piel morena e hinchada. Hacía unos pocos segundos que la piel estaba gomosa y el miembro, flácido. Sin embargo, retraje la gruesa piel del prepucio con mis dedos y comencé a lamer tímidamente la punta de aquel capullo rosado. Besé la piel sensible. Comencé a salivar y compartí mi exceso de saliva, untándola toda alrededor del redondeado cuerpo tibio que empezaba a endurecerse. Sabía que pronto el capullo florecería ofreciéndome la vista espléndida de un tallo recto y vertical, una creación de la que podría sentirme orgullosa.

Sentir el glande en mi boca me excitaba, me daba más hambre. Notar cómo el juego con mi lengua lo llevaba a hincharse en el interior de mi boca me producía una vibrante sensación de calor interior. Sentir cómo el cuerpo, flácido en un pasado reciente, empezaba a erguirse y a tomar una firmeza definida, erizaba mis pezones y me hacían sentir una incomodidad entre las piernas, y un pálpito en el pecho.

Levanté la vista y miré al hombre a quien pertenecía aquel trozo de carne creciente y vi un gozoso rostro que se debatía entre mirarme y cerrar los ojos, entre sonreír y jadear. Me gustó, no pude evitar la sonrisa mientras la punta de mi lengua vibraba en su frenillo. Escuché un grave y corto quejido. Eran míos tanto él como su juguete, que había tenido a bien compartir conmigo. Introduje su polla en mi boca y mi lengua se movió melosa sobre su glande grueso. El rabo tenía ya un volumen considerable; había alcanzado su tamaño en erección y un tótem ritual preparado para ser adorado. Pero esta adoratriz no había venido a endiosar a nadie más que a sí misma, pues las habilidades que estaba a punto de desplegar eran las de una verdadera diosa de la mamada; así, el tótem era más bien una herramienta de placer que haría las delicias de la chupadora.

La rugosa piel del escroto estaba estirada por la erección, y suave por el afeitado reciente. Mis labios y la lengua deslizaban suaves. Los huevos tenían el tamaño perfecto para ser aprisionados por la boca y estirados mientras el palpitante peso del falo erecto golpeteaba y se levantaba erráticamente sobre el rostro. Esa situación cesó en cuanto las delicadas manos sujetaron con firmeza el cuerpo enhiesto y lo aplastaron contra el vientre masculino. La lengua ancha relamía los cojones de lado a lado haciendo que éstos pendularan como un badajo. Subieron los labios por el fornido miembro viril y, una vez en el cénit, bajó la cabeza enterrando la polla, venas incluidas, en la hambrienta boca. Sonó un gruñido de hombre sobre mi cabeza mientras yo no pude contener un gemido de excitación. Por las sensaciones que estaba sintiendo en ese preciso instante en el interior de mi caliente y palpitante vagina, estaba bastante segura de que mis bragas acababan de ser mojadas por una copiosa cantidad de flujo viscoso. Los labios de mi coño también babeaban.

El acto se repetía, compaginando el masaje de huevos con la masturbación. La bella manicura subía y bajaba, acompañando al sensual rostro, que se volvía obsceno a medida que subía y bajaba con más velocidad mientras torsionaba la mano, que deslizaba perfectamente sobre la polla llena de una mezcla de babas y preseminal. Varias gotas había notado y saboreado ya al ser desprendidas por el agujerito. 

Por mi culpa. Todo aquello era por mi culpa: La respiración acelerada y, en ocasiones arrítmica de aquel macho empalmado; las convulsiones breves de sus piernas a ambos lados de mi cuerpo; la polla dura, con sus venas hinchadas, con el flujo intermitente y copioso de preseminal; las tetas empitonadas y las bragas empapadas que había tenido que apartar para poder masturbarme el coño hinchado; las ganas de ahogarme en polla para comprobar mis límites; los jadeos, los gruñidos, los bufidos, los cloqueos de mi garganta... Mi rostro inocente exudaba vicio.

Hice la prueba. Dejé de tocarla. Miré de nuevo arriba. Su cara desencajada solo deseaba que continuara. Saqué mis tetas de su prisión y masturbé aquella polla empapada en babas mientras tiraba y retorcía mis pezones. Aplastada entre las tetas mantenía su firmeza desde abajo hasta mi boca. Estaba tan rica, tan llena de sabor... Empecé a notar que el flujo pasaba de transparente brillante a blanquecino, por lo que el dulzor era más intenso. Volví a mirarle con mi cara de viciosa y parecía cansado, encantado de estar ahí, deseando continuar el ritual.

-¿Quieres correrte?

-Sí - dijo jadeante.

-¿Ahora mismo?

-Sí - emitió un quejido.

-Si te corres ahora mismo, no me follarás.

-¡Dios!

Noté su esfuerzo por contenerse. Me levanté y me quité las bragas, que estaban mojadísimas, así como el suelo. Eché su fuerte torso hacia atrás y me subí a horcajadas sobre él. Mi coño recorrió su virilidad arriba y abajo antes de devorar aquel rabo excitado y cargado de venas y esperma. Comencé a removerlo, como si estuviera en una clase de zumba, como si mi vida dependiera de ello. Aplasté sus muslos con mis nalgas y él respondió como me merecía, martilleando mi coño como si fuera un yunque, como un taladro percutor. En mi interior noté cómo su glande se había hecho más voluminoso y me rellenaba por dentro. Me hizo vibrar entera al explotar en un orgasmo que casi hace que me caiga. Me sujetó antes. Me levantó y la polla empezó a eyacular chorros de esperma sobre su vientre al mismo tiempo que mi coño rezumaba flujo mezclado. Tuvo que dejarme a un lado mientras se corría, ya que las convulsiones no le permitían más sobreesfuerzo.

Ver aquella polla escupiendo semen por y para mí era maravilloso. Volví a correrme antes de que terminara de sacar la última gota de blanca leche de su cuerpo, la cual tuvo la deferencia de ofrecérmela en los labios estando yo tumbada, mirándolo de rodillas, allí arriba. Magnífico ejemplar, magnífica vena varonil.

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15 julio, 2022

Cuaderno de bitácora

Tercer día de navegación. Hoy volvieron pensamientos inapropiados a mi cabeza. Parece que estoy condenado, no soy capaz de evitarlos. Esperaba que el mar me ayudara a librarme de ellos, pero quizás no fue tan buena idea. ¿Es posible que las sirenas realmente existan? Sea como sea, ese súcubo vuelve una y otra vez a mi mente y soy incapaz de otra cosa que desearlo con todas mis energías. Esperaba tener un retiro espiritual, solo en este pequeño barco de recreo, practicando la pesca deportiva, la lectura y el nado ocasional con mi cuerpo desnudo enfrentado a la inmensidad; y con nada más que el horizonte a mi vista. Pero en cuanto cierro los ojos me arriesgo a que aparezca.

 Ante ayer pude dormir tranquilo, pero anoche volvieron sus pechos turgentes, sus areolas deseables y sus pezones engordados. Por mucho que intentara pensar en otra cosa, su escote suntuoso me hacía sentir débil y me aceleraba el pecho. Sus manos delicadas sujetaban firmemente la tela del top y descubrían sus dos secretos a apenas un palmo de mi. Su contoneo era el mismo que el de un tiburón acechante, mientras que su mirada te hipnotizaba y paralizaba tus pensamientos. Me sentía la presa perfecta. El descubrimiento de aquella carne femenina disparó mis sentidos. Mis hormonas empezaron a llenar mi cuerpo de reacciones y mi respiración se aceleró. Volvió a usar sus manos para sujetar los dos volúmenes y levantarlos desde la base, dejándolos caer suavemente gracias a la fricción con las propias palmas. Así consiguió que sus pezones se pusieran bien duros y que mi boca empezara a salivar.

El súcubo me sonreía, me miraba, me nombraba y me decía los actos sucios que quería hacerme. Provocaba que mis deseos naturales florecieran al ondear su cuerpo atractivo frente mi desnudez. Sus sinuosas curvas eran dignas de la divinidad olímpica, mientras que su belleza mediterránea provocaría el cambio de rumbo de las miradas más castas. Noté su mano deslizarse por mi pecho y bajar hacia donde el vello habitual había sido recortado y solo la piel rodeaba el cuerpo cavernoso con una erección incipiente.

Aprovechó una pequeña gota de lubricante natural, que colgaba como una liana entre el glande rosado y el vientre, para mojar sus dedos y comenzar el ritual. Según bajaba y su palma y dedos sujetaban mi masculinidad, notaba cómo mi voluntad iba siendo disminuida. Mi respiración se entrecortaba al ver a aquella discípula de Lilith concentrada en su actividad. Mis jadeos advertían que el camino seguido era correcto. Cuando notó que la tersidad de mi carne ya no cedía, volvió a mirarme, con satisfacción, y mostró la otra mano que hábilmente había guardado entre sus piernas. No tardó en esconder el brillo jugoso de sus dedos en su boca y saborearlo a la vez que emitía un meloso quejido mientras recorría mi miembro aplastado contra el vientre con su otra mano. Tuve que gemir y retorcerme del placer que recorría mi cuerpo.

El espíritu comenzó a moverse y se puso sobre mi lecho. Se subió sobre mí, a horcajadas, y frotó su sexo contra el mío. Pude sentir la humedad que emitía al notar el cálido lubricante que depositaba sobre mi polla. El movimiento de presión hizo que descargara una pequeña carga de preseminal transparente que mojó mi vientre. Sin pararse a pensar en ello, de manera inmediata e instintiva, se elevó un poco y levantó mi polla tersa y cargada. Me introdujo en su cuerpo y empezó a moverse sobre mi como las olas que mecían el barco en el que estaba. Su cuerpo erguido se presentaba ante mi como la sacerdotisa de una religión pagana en pleno ritual de fertilidad. Una mano sobre mi torso la impedía caer hacia delante, mientras la otra se apoyaba en mi pierna e impedía caer hacia atrás. No se levantaba mucho, solo se mecía sobre mi cadera y batía suavemente mi dura carne, prisionera de su voluntad, palpitante y gruesa en su interior. 

 Hice el amago de agarrar sus nalgas y empujar su cuerpo hacia mí. Estaba tan excitado que deseaba con todas mis fuerzas percutir aquel cálido interior y martillear su perineo con mis testículos hasta alcanzar el orgasmo masculino. Pero espetó un rotundo "¡No!" y me clavó una mirada afilada. Sentí que la había ofendido y cesé en mis intentos. El espíritu retomó su actividad, solo que ahora se inclinó hacia delante. Sus pechos pendulaban sobre mi cabeza y los deseaba, tanto que volví a salivar. Su cadera cambió el movimiento y ahora era más directo y rectilíneo, hacia delante y hacia atrás. En cada embolada, extraía una pequeña gota de mí, y mojaba el rededor de mi verga. Me sonreía con cara de vicio mientras disfrutaba de verme sometido a su merced. Acercó más sus pechos y pude saborear la suavidad de su piel y la rugosidad de sus pezones. Otra vez me tenía hechizado. 

Se levantó de la posición sin avisar. Mi saliva quedó colgando de sus tetas y recayó sobre mi cara. Mi polla quedó de nuevo expuesta, firme e inamovible. De pie sobre mí, no tardó en bajar de nuevo, solo que esta vez sus labios se unirían a los míos. A horcajadas sobre mi cara, empezó a violar mi rostro y frotar su coño contra mi boca mientras agarraba mi pelo y controlaba mi cabeza. Volvió el movimiento meloso, pero esta vez era más amplio y rítmico. Mis ojos apenas podían ver su coño, vientre y la pareja de montes que me sobrevolaban, pero cuando pude ver su rostro me pareció que estaba poseída, violenta. Con la lengua llenaba el hueco que mi polla había dejado. El sabor y el olor eran inconfundibles, pues había mezcla de ambos y me era imposible escapar de ellos. Me afanaba en no molestar al espíritu y procuraba hacer lo que yo entendía como el tributo que me exigía. Llenaba mi boca con su vulva, y a su vez ella llenaba su sexo con mi rostro. 

Mi nariz era un punto recurrente de roce, y mi lengua recorría en diferentes direcciones la mojada raja, revisando cada recodo, cada arruga, cada labio y cada agujero. Pareció que había satisfecho sus viciosos deseos cuando noté su cuerpo vibrar sobre mi cabeza y su voz gemir al nombrarme de nuevo. Quizás fue así, pero no pareció que fuese suficiente. Volvió a levantarse sobre mi yaciente cuerpo, se giró y volvió a sentarse sobre mi cara. Sentí otra vez su peso y su carne, solo que ahora veía sus nalgas abiertas sobre mí y notaba su perineo de manera más directa. El movimiento meloso volvió, su cadera se movía como si bailase música suave y me transmitía el flow de tal manera que me deseaba continuar con aquella opresión. No tardé en notar de nuevo mi polla siendo utilizada para sus deseos. Sus dedos, con tacto aceitoso, recorrieron el tallo desde la punta hasta la base, recogiendo y estirando la piel, dejando el glande desnudo y terso, y aprisionando el escroto cargado. Noté besos y caricias alrededor de la cabeza rosa que empezaba a volverse granate. La habilidad con la que manejaba la maravillosa combinación de manos y boca hacía pensar que conocía muy bien las debilidades de este servidor. Usó su boca para recorrer el lubricado rabo. Primero cubrió solo hasta el glande y jugó con él en su terreno. 

Cambiaba de velocidad, se volvía imprevisible y eso hizo que el volumen agrandara. Poco a poco el aire que ocupaba el volumen de la cavidad bucal fue siendo desplazado por carne y preseminal tibios. El movimiento lento del inicio empezó a acelerarse y esto disparó las señales en mi cabeza. La mamada empezó a cambiar de velocidad y de profundidad. A juzgar por los sonidos, parecía que aquel incorpóreo se quedaba sin respiración momentáneamente por propia voluntad utilizando mi carne para ello.

Ahogado en coño y con la polla profundizando en el súcubo, mi cuerpo empezó a convulsionar. Noté cómo llovía sobre mi cara el característico flujo a la vez que eyaculaba mi blanco esperma de manera incontrolable, quedando este contenido en el interior del súcubo, en primer lugar, y siendo derramado posteriormente sobre mi propio cuerpo. El súcubo apretó bien el cuerpo cavernoso para sacar todo el contenido que había quedado dentro, solo así quedaría completado el ritual.

Fue en ese momento cuando me desperté sobresaltado y un poco sudoroso. Era aún de noche y estaba solo, en mi camarote, desnudo. Una gran mancha blanca de esperma cruzaba mi vientre, mi polla parecía haber estado dura recientemente y mi mano olía a semen. Me pregunté cuándo volvería a aparecer y qué sortilegios me tendría preparados. Me pregunté si algún día me llevaría con ella a su mundo, si me haría su esclavo y terminaría con esta tortura al fin.

 

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