15 julio, 2022

Cuaderno de bitácora

Tercer día de navegación. Hoy volvieron pensamientos inapropiados a mi cabeza. Parece que estoy condenado, no soy capaz de evitarlos. Esperaba que el mar me ayudara a librarme de ellos, pero quizás no fue tan buena idea. ¿Es posible que las sirenas realmente existan? Sea como sea, ese súcubo vuelve una y otra vez a mi mente y soy incapaz de otra cosa que desearlo con todas mis energías. Esperaba tener un retiro espiritual, solo en este pequeño barco de recreo, practicando la pesca deportiva, la lectura y el nado ocasional con mi cuerpo desnudo enfrentado a la inmensidad; y con nada más que el horizonte a mi vista. Pero en cuanto cierro los ojos me arriesgo a que aparezca.

 Ante ayer pude dormir tranquilo, pero anoche volvieron sus pechos turgentes, sus areolas deseables y sus pezones engordados. Por mucho que intentara pensar en otra cosa, su escote suntuoso me hacía sentir débil y me aceleraba el pecho. Sus manos delicadas sujetaban firmemente la tela del top y descubrían sus dos secretos a apenas un palmo de mi. Su contoneo era el mismo que el de un tiburón acechante, mientras que su mirada te hipnotizaba y paralizaba tus pensamientos. Me sentía la presa perfecta. El descubrimiento de aquella carne femenina disparó mis sentidos. Mis hormonas empezaron a llenar mi cuerpo de reacciones y mi respiración se aceleró. Volvió a usar sus manos para sujetar los dos volúmenes y levantarlos desde la base, dejándolos caer suavemente gracias a la fricción con las propias palmas. Así consiguió que sus pezones se pusieran bien duros y que mi boca empezara a salivar.

El súcubo me sonreía, me miraba, me nombraba y me decía los actos sucios que quería hacerme. Provocaba que mis deseos naturales florecieran al ondear su cuerpo atractivo frente mi desnudez. Sus sinuosas curvas eran dignas de la divinidad olímpica, mientras que su belleza mediterránea provocaría el cambio de rumbo de las miradas más castas. Noté su mano deslizarse por mi pecho y bajar hacia donde el vello habitual había sido recortado y solo la piel rodeaba el cuerpo cavernoso con una erección incipiente.

Aprovechó una pequeña gota de lubricante natural, que colgaba como una liana entre el glande rosado y el vientre, para mojar sus dedos y comenzar el ritual. Según bajaba y su palma y dedos sujetaban mi masculinidad, notaba cómo mi voluntad iba siendo disminuida. Mi respiración se entrecortaba al ver a aquella discípula de Lilith concentrada en su actividad. Mis jadeos advertían que el camino seguido era correcto. Cuando notó que la tersidad de mi carne ya no cedía, volvió a mirarme, con satisfacción, y mostró la otra mano que hábilmente había guardado entre sus piernas. No tardó en esconder el brillo jugoso de sus dedos en su boca y saborearlo a la vez que emitía un meloso quejido mientras recorría mi miembro aplastado contra el vientre con su otra mano. Tuve que gemir y retorcerme del placer que recorría mi cuerpo.

El espíritu comenzó a moverse y se puso sobre mi lecho. Se subió sobre mí, a horcajadas, y frotó su sexo contra el mío. Pude sentir la humedad que emitía al notar el cálido lubricante que depositaba sobre mi polla. El movimiento de presión hizo que descargara una pequeña carga de preseminal transparente que mojó mi vientre. Sin pararse a pensar en ello, de manera inmediata e instintiva, se elevó un poco y levantó mi polla tersa y cargada. Me introdujo en su cuerpo y empezó a moverse sobre mi como las olas que mecían el barco en el que estaba. Su cuerpo erguido se presentaba ante mi como la sacerdotisa de una religión pagana en pleno ritual de fertilidad. Una mano sobre mi torso la impedía caer hacia delante, mientras la otra se apoyaba en mi pierna e impedía caer hacia atrás. No se levantaba mucho, solo se mecía sobre mi cadera y batía suavemente mi dura carne, prisionera de su voluntad, palpitante y gruesa en su interior. 

 Hice el amago de agarrar sus nalgas y empujar su cuerpo hacia mí. Estaba tan excitado que deseaba con todas mis fuerzas percutir aquel cálido interior y martillear su perineo con mis testículos hasta alcanzar el orgasmo masculino. Pero espetó un rotundo "¡No!" y me clavó una mirada afilada. Sentí que la había ofendido y cesé en mis intentos. El espíritu retomó su actividad, solo que ahora se inclinó hacia delante. Sus pechos pendulaban sobre mi cabeza y los deseaba, tanto que volví a salivar. Su cadera cambió el movimiento y ahora era más directo y rectilíneo, hacia delante y hacia atrás. En cada embolada, extraía una pequeña gota de mí, y mojaba el rededor de mi verga. Me sonreía con cara de vicio mientras disfrutaba de verme sometido a su merced. Acercó más sus pechos y pude saborear la suavidad de su piel y la rugosidad de sus pezones. Otra vez me tenía hechizado. 

Se levantó de la posición sin avisar. Mi saliva quedó colgando de sus tetas y recayó sobre mi cara. Mi polla quedó de nuevo expuesta, firme e inamovible. De pie sobre mí, no tardó en bajar de nuevo, solo que esta vez sus labios se unirían a los míos. A horcajadas sobre mi cara, empezó a violar mi rostro y frotar su coño contra mi boca mientras agarraba mi pelo y controlaba mi cabeza. Volvió el movimiento meloso, pero esta vez era más amplio y rítmico. Mis ojos apenas podían ver su coño, vientre y la pareja de montes que me sobrevolaban, pero cuando pude ver su rostro me pareció que estaba poseída, violenta. Con la lengua llenaba el hueco que mi polla había dejado. El sabor y el olor eran inconfundibles, pues había mezcla de ambos y me era imposible escapar de ellos. Me afanaba en no molestar al espíritu y procuraba hacer lo que yo entendía como el tributo que me exigía. Llenaba mi boca con su vulva, y a su vez ella llenaba su sexo con mi rostro. 

Mi nariz era un punto recurrente de roce, y mi lengua recorría en diferentes direcciones la mojada raja, revisando cada recodo, cada arruga, cada labio y cada agujero. Pareció que había satisfecho sus viciosos deseos cuando noté su cuerpo vibrar sobre mi cabeza y su voz gemir al nombrarme de nuevo. Quizás fue así, pero no pareció que fuese suficiente. Volvió a levantarse sobre mi yaciente cuerpo, se giró y volvió a sentarse sobre mi cara. Sentí otra vez su peso y su carne, solo que ahora veía sus nalgas abiertas sobre mí y notaba su perineo de manera más directa. El movimiento meloso volvió, su cadera se movía como si bailase música suave y me transmitía el flow de tal manera que me deseaba continuar con aquella opresión. No tardé en notar de nuevo mi polla siendo utilizada para sus deseos. Sus dedos, con tacto aceitoso, recorrieron el tallo desde la punta hasta la base, recogiendo y estirando la piel, dejando el glande desnudo y terso, y aprisionando el escroto cargado. Noté besos y caricias alrededor de la cabeza rosa que empezaba a volverse granate. La habilidad con la que manejaba la maravillosa combinación de manos y boca hacía pensar que conocía muy bien las debilidades de este servidor. Usó su boca para recorrer el lubricado rabo. Primero cubrió solo hasta el glande y jugó con él en su terreno. 

Cambiaba de velocidad, se volvía imprevisible y eso hizo que el volumen agrandara. Poco a poco el aire que ocupaba el volumen de la cavidad bucal fue siendo desplazado por carne y preseminal tibios. El movimiento lento del inicio empezó a acelerarse y esto disparó las señales en mi cabeza. La mamada empezó a cambiar de velocidad y de profundidad. A juzgar por los sonidos, parecía que aquel incorpóreo se quedaba sin respiración momentáneamente por propia voluntad utilizando mi carne para ello.

Ahogado en coño y con la polla profundizando en el súcubo, mi cuerpo empezó a convulsionar. Noté cómo llovía sobre mi cara el característico flujo a la vez que eyaculaba mi blanco esperma de manera incontrolable, quedando este contenido en el interior del súcubo, en primer lugar, y siendo derramado posteriormente sobre mi propio cuerpo. El súcubo apretó bien el cuerpo cavernoso para sacar todo el contenido que había quedado dentro, solo así quedaría completado el ritual.

Fue en ese momento cuando me desperté sobresaltado y un poco sudoroso. Era aún de noche y estaba solo, en mi camarote, desnudo. Una gran mancha blanca de esperma cruzaba mi vientre, mi polla parecía haber estado dura recientemente y mi mano olía a semen. Me pregunté cuándo volvería a aparecer y qué sortilegios me tendría preparados. Me pregunté si algún día me llevaría con ella a su mundo, si me haría su esclavo y terminaría con esta tortura al fin.

 

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