20 mayo, 2023

La Costa del Sol

El día anterior había sido largo, pero, por suerte, todo había fluido con normalidad. El hotel recibió a su nueva huésped, ya bien entrada la noche, y la joven solo tenía ganas de dejar los bártulos y dormir plácidamente en su segundo día de vacaciones. Apenas habían pasado algunas horas desde que Elena aterrizara en el aeropuerto internacional y su cuerpo ya estaba siendo admirada por el astro rey.

La joven foránea tenía puesto un bikini oscuro que contrastaba con su pálida piel, poco acostumbrada a la cálida luz que daba su justo nombre a la Costa del Sol. Dejó la pamela y la bolsa en una mesa junto a la tumbona y cubrió su cuerpo con el protector solar. No quería arruinar sus vacaciones consiguiendo unas enormes quemaduras en su primer día de viaje.

Una vez tuvo el cuerpo protegido, se dispuso a contactar con algunos de sus amigos locales. Elena, como toda joven actual, era activa en las redes También era sociable y tenía sus recursos para conseguir aquello que deseaba. Aunque había avisado de su llegada a varios de sus amigos, no todos tenían la posibilidad de quedar justo en los días en que ella estaba de visita. Tampoco pasaba nada si no podía quedar con nadie, puesto que el viaje lo hizo en solitario también para permitirse un gran lujo: dedicarse tiempo y cuidarse a sí misma.

“Pero dejar que un buen amigo me cuide también es cuidarme” – pensaba mientras revisaba los mensajes de sus contactos en el smartphone.

Después de un rato, varios de sus amigos respondieron, pero solo unos pocos tenían posibilidades de quedar, y solo uno demostró verdadero interés. Precisamente, uno de los amigos con el que más le gustaba conversar, y con el que más feeling tenía bajo ciertas conversaciones no aptas para todos los públicos.

“Esta tarde puedo sin problema” – contestó Diego.

“Perfecto”- escribió Elena en el chat – “Ve pensando a dónde vas a llevarme ;-)”.

Una vez cerrada la cita, Elena guardó el teléfono móvil y sacó la última novela corta que estaba leyendo. Leyó algunos párrafos de aquella historia de suspense, donde una persona normal acaba siendo absorbida por una truculenta trama de espionaje. La chica devoraba palabras, frases y párrafos hasta que se dio cuenta de que debía darse la vuelta, ¡o se quedaría morena solo por un lado!

Al darse la vuelta, apoyó la cabeza sobre la toalla y dejó que el sol brillara sobre ella. El cuerpo estaba relajado, lacio, mientras la mente sucumbía a la meditación. Poco a poco, de manera inconsciente, la joven notaba cómo el cuerpo y los párpados pesaban hasta que se quedó dormida. Al rato se despertó, sobresaltada al darse cuenta de que se había dormido. “¿Cuánto tiempo habrá pasado?”- se preguntaba a sí misma. “¡Mierda!”- se maldijo.

Se incorporó y quedó sentada. Se tocó la piel de la espalda, brazos y muslos. Estaba ligeramente enrojecida y emitía calor. Parecía que se había quemado. Sin tener noción del tiempo, casi había estado una hora y media en esa postura. Revisó la bolsa y comprobó que tenía todo, también la pamela.

Miró la hora y notó cómo el estómago llamaba su atención. Tenía que comer algo. Recogió sus cosas y fue directa al chiringuito. Pidió una ensalada y escribió a Diego.

“No estoy segura, creo que me he quemado, he estado mucho rato al sol y me noto la piel templada”- escribió en el chat.

“Entonces, ¿vamos a algún sitio?”- contestó él.

“No estoy segura”- dijo ella.

“¿Tienes aftersun?” – preguntó Diego.

“Sí, cuando llegue a la habitación me echo” – respondió.

“Yo creo que, si te vuelves pronto, te duchas, te echas aftersun y relajas un poco la piel, luego podemos hacer algo” – dijo él.

Elena degustaba la ensalada fresca con las vistas a la playa. Los niños jugaban, los amigos charlaban y las parejas retozaban a la orilla del mar. El local era agradable y moderno, y la comida era buena. Pensando en la situación, Elena tuvo una idea.

“¿Qué te parece esto?”

En la pantalla de Diego, en el encabezado, apareció la leyenda Grabando audio… Al poco tiempo llegó la voz de Elena a su auricular, relatando una pequeña y excitante idea. Tanto, que Diego no se lo pensó dos veces. “Voy para allá”- respondió.

Diego llegó al hotel donde Elena se hospedaba. Fue dando pasos según ella le había propuesto en el audio. Subió por el ascensor y llegó hasta la planta adecuada. Localizó el pasillo y llegó hasta la habitación, cuya puerta estaba entreabierta. Empujó suave el picaporte con la mano y atravesó el arco hasta entrar. Cerró la puerta sigilosamente.

La luz era suave, cálida, pero no demasiado tenue. Diego atravesó el corto pasillo hasta ver el cuerpo casi desnudo de Elena tumbado sobre la cama, como así había relatado en la grabación. Solo la luz de la mesita de noche estaba encendida, mientras que las persianas estaban a media altura. El aftersun estaba a los pies de la cama. Elena había retirado toda la ropa de cama y estaba sobre la sábana, somnolienta, vestida con un tanga solamente, que le estilizaba bastante su culo bien proporcionado.

Diego se desvistió a los pies de la cama y se quedó en ropa interior. Tomó el aftersun y echó un poco de crema sobre su mano. Se sentó junto al cuerpo de Elena y empezó a extender crema sobre su piel. Las manos, bien untadas y cremosas, se deslizaban suavemente por su recorrido. La presión de los dedos era fuerte, pero no excesiva, por lo que proporcionaba un masaje a la musculatura del atractivo cuerpo femenino, además de una protección a la piel.

Desde la espalda y el cuello, las recias manos de diego bajaron por los brazos y los rodeaban. Desde los hombros hasta los codos, bajando después hacia las manos y aplicando cuidadosa presión y caricia sobre las manos, sobre cada uno de los dedos. Volvió después a la espalda y siguió por el trasero. Aplicó crema bajo el tanga, en la cintura. También en los glúteos, de forma generosa, y entre ellos, abriendo la carne si era necesario. Siguió por los muslos y se dedicó un buen rato a masajear las piernas, llegando también hasta los pies.

“Date la vuelta”- pidió Diego con cierto tono de autoridad.

Elena se dio la vuelta. Ese fue el primer momento en que se vieron en persona. Se habían conocido por conversaciones, por historias, por anécdotas, por fotografías, incluso por fotografías donde aparecían desnudos. Se gustaban, pero no se habían visto en persona hasta ese momento. Diego continuó el ritual por el lado frontal del cuerpo, solo que ahora realizaría el trayecto contrario: desde abajo hacia arriba, empezando por los pies.

El chico dedicaba su tiempo y sus habilidades manuales a aquella dama que yacía con una mezcla entre relajación y excitación. Su mente estaba tranquila, pero su coño ardía en deseos de que esos dedos habilidosos entrasen también a masajear su interior. Sin embargo, Elena se contenía y aparentaba estar en una sesión de meditación.

Las manos subían por los muslos y las ingles. Nuevamente, la crema llegó por debajo del tanga, el cual tuvo que ser apartado temporalmente. Bajo él, la crema encontró algo de resistencia debido al vello púbico. El masaje siguió por el vientre, por los pechos, incluyendo los pezones, y llegó hasta el cuello.

“Yo creo que ya está, me parece que tu piel ha quedado bien protegida” – Dijo Diego con suavidad.

Elena abrió los ojos con algo de esfuerzo, esbozando una sonrisa.

“Vaya, parece que te alegras de verme” – dijo, señalando la incipiente erección que presentaba Diego bajo la ropa interior.

“No puedo negar que es una alegría conocernos al fin” – contestó el chico.

“Ven, que ahora te voy a dar yo el masaje” – dijo la chica, sintiéndose especialmente cachonda.

Diego se puso en pie junto a la cama y Elena le bajó el calzón. Éste terminó de caer por su propio peso. La polla de Diego estaba semi erguida. Formaba un arco de carne con un movimiento palpitante autónomo. Elena sonrió al mirar a Diego allí, arriba del todo, ansioso por sentir el calor de su garganta. La chica preparó un buen escupitajo, terminó de retraer la piel dejando el sensible y rojizo glande al descubierto y escupió sobre él con precisión. Inmediatamente después evitó que toda esa saliva cayera y la rescató con la lengua, metiendo toda la carne mojada en su boca. Se sintió muy cerda y cachonda en ese momento en que, con ayuda de su lengua, se mezclaban los sabores de sus babas y el copioso flujo preseminal caliente y dulzón. Los pezones se le pusieron muy duros y Diego empezó a crecer y endurecerse en su interior.

No tardó en conseguir el máximo tamaño que su cuerpo le permitía. Elena lo miraba a veces para asegurarse de que él también estaba gozando de la mamada, aunque no era algo que dudara. Tenía el coño empapado y se lo masturbaba mientras chupaba y llenaba de babas la durísima polla. Sujetó los cojones del chico y balanceó la polla desde ahí golpeando y frotando con ella su cara en el proceso. En un momento dado, con los huevos de Diego en una mano y el coño en la otra, empezó a temblar debido al orgasmo que acababa de estallarle.

“¡Me voy a correr yo también!” - exclamó Diego.

“¡No, espera!, quiero que me folles también” – lo detuvo Elena como pudo.

“¡Dios, no puedo más!”

“¡Métemela en el coño, Diego!” – insistió.

Haciendo un enorme esfuerzo, Diego evitó la corrida. Elena se tumbó en la cama bocabajo y éste entró en su interior tras bajar el tanga lo justo y necesario, penetrando la recién corrida vagina. Con él dentro, Elena empezó a disfrutar de increíbles sensaciones. Diego empezó a embestirla contra la cama. Aplastaba su culo con el vientre, y todo su cuerpo contra la cama, con las tetas aplastadas y los muerdos de Diego en el cuello, la polla entraba y salía de aquella caliente y jugosa gruta.

“¡Ya no puedo más!” – exclamó Diego apagadamente y jadeante junto al oído de la chica.

“¡Córrete!” – Ordenó ésta.

Entonces, un torrente de esperma salió disparado desde Diego llenando hasta el último rincón de la extasiada chica. El glande se hinchó tanto dentro que ocupó un volumen diametral no sentido antes. Esto, junto al gran derrame de semen, hizo que Elena estallara en un orgasmo aún más intenso que le provocó convulsiones cortas, pero fuertes contra la cama. Diego ofreció algunas embestidas adicionales, que acompañaba, cada una, con una nueva inyección de semen cálido que no hacía más que mantener el estado de clímax en la chica.

Finalmente, Diego salió del cuerpo de Elena y se tumbó a su lado, abrazándola.

“¿Estás bien?” – preguntó gentilmente.

“Sí” – dijo con una sonrisa cuando pudo reponerse.

Se besaron, por primera vez.

“Que no vuelva a enterarme de que no te pones suficiente crema, a ver si voy a tener que echártela yo… otra vez” – reprochó Diego en tono jocoso.

“Jaja, claro. La próxima vez te llamaré directamente” – dijo Elena.

-FIN-

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