29 noviembre, 2023

De paseo por la ciudad

 El otoño estaba avanzado. Las horas de sol eran cada vez menos, pero eso no era impedimento para seguir saliendo a la calle y disfrutando de la compañía de los amigos. Las calles eran iluminadas por las farolas y las luces navideñas que, aun quedando casi un mes para las celebraciones familiares, empezaban a surgir en comercios y barrios. Aun así, las calles durante la semana tampoco estaban tan pobladas a partir de cierta hora, especialmente los días que chispeaba un poco; o cuando hacía un poco más de viento. Sin embargo, por motivos de cuadrante laboral, ese martes era día libre para Lucía y no había desaprovechado la oportunidad de salir con unas amigas.


Lucía era una chica muy normal en muchos aspectos. Era mona de cara y su cuerpo menudo tenía unas curvas bien definidas. Cuando se juntaba con sus amigas, no era la que más destacaba, pero destacaba sin duda. Acostumbraba a llevar suntuosos escotes, ayudada por su generosa genética y un gusto a caballo entre lo clásico y lo atrevido. Aquella tarde apreció numerosas y poco discretas miradas por parte de más de un camarero, quienes no podían más que desear entrar en la gruta formada por sus dos pechos, y besarla, cuando no lamerla.


La tarde había sido entretenida, pero las amigas de Lucía tenían horarios de oficina y trabajaban al día siguiente, así que todas se recogieron y a Lucía se le hizo corta. Le faltó alargar la tarde, cenar en la calle, tomarse unos vinos después de la cena e ir a una de las discotecas de referencia para bailar un rato entre las miradas de los hombres que suelen poblar esos lugares, que se creen lobos y no saben que se convierten en los corderitos en cuanto cruzan palabras con ella. Lo cierto es que tampoco había mucho ambiente, así que no le pareció mal volverse pronto, pero eso no quitaba que su cuerpo le pidiera fiesta.


“Quizás cuando llegue a casa...” pensaba durante el camino de vuelta. Lucía era normal en muchos aspectos, pero no lo era tanto en otros. Frecuentaba algunos sitios web en los que fácilmente podría localizar a alguien con quien tener una conversación entretenida y subida de tono, y aliviar su necesidad de fiesta con alguno de sus juguetes favoritos. O, si la compañía no era la adecuada, podría ver algún vídeo de uno de sus actores eróticos fetiche. A veces le apetecían los vigorosos con aspecto de animal, mientras que otras veces prefería cuerpos más normales o delgados. Había algunos actores bien armados que seguía en redes sociales no aptas para menores de edad, y siempre tenían algo interesante que ofrecer en noches como aquella.


No era excesivamente tarde, pero la calle estaba oscura por el temprano anochecer de aquella época del año. También estaba solitaria, puesto que el clima había estado algo inestable. Amenazaba lluvia ligera, aunque no terminaba de llegar. El ambiente era fresco junto al gran parque que atravesaba. El sonido de los tacones medianos acompañaba su caminar cuando escuchó algo extraño que le llamó la atención. Sabía que en ese parque a veces se echaban a dormir mendigos por la noche, y pensó que quizás sería uno de ellos. Sin embargo, el sonido le recordó a algo más bien… excitante. No pudo contener su curiosidad y miró, un poco de soslayo al principio, pero con descaro y sorpresa después.


En uno de los bancos del parque, un poco escondido y arrinconado, una pareja se encontraba compartiendo un momento de intimidad. Lucía se escondió un poco para que no le vieran, pero siguió mirando con lujuriosa curiosidad, la misma que le hacía conectarse a veces a ese tipo de sitios web. Pero ver algo así en directo era mucho mejor.


El chico se encontraba sentado en el banco y con las piernas bien abiertas, todo lo que le permitía el pantalón. Por debajo de su fornido torso, la melena de una chica no dejaba de moverse hacia arriba y hacia abajo. En ocasiones, el felatorio movimiento cambiaba de sentido. Desde donde estaba Lucía no podía verse todo el detalle, pero era buena mamadora y sabía cuándo una chica, desde esa posición, estaba llenándose la boca con polla, con los huevos, o pretendía mirar a la cara de su compañero. Claramente, aquella desconocida estaba exhibiendo todo un arsenal de habilidades. La chupadora se encontraba frente a él, de rodillas sobre lo que seguramente sería el abrigo del chico, con las medias por debajo de la falda y una de sus manos moviéndose nerviosa.


El sonido que alertó a Lucía fueron los quejidos y gemidos del chico que, intentando contenerse, en ocasiones cortas se rendía ante la habilidosa compañera. No podía dejar de mirar, pero no quería que la descubrieran y asustarlos. Entró discretamente en el parque y se colocó en un lugar en que podría ver de manera más escondida. Envidiaba a aquella chica, atrevida y gozosa que estaba llenando su boca y su ego con aquella polla tersa y gorda que a veces dejaba ver, cuando la sacaba de su boca para darle largas lamidas desde los cojones hasta la punta, para volver a metérsela en la boca y hacer una garganta profunda a aquel suertudo macho. Él la acariciaba mientras su rostro delataba a la vez cariño y lascivia. Estaba disfrutando de cada beso voraz, de cada lamida pringosa. A su vez, a ella a veces le temblaban los muslos en una demostración de eficacia multitarea.


Lucía estaba excitadísima. Notaba como sus bragas se habían mojado al pasar los dedos sobre ellas. “Podría masturbarme aquí mismo viendo esta escena” pensaba. Miró a su alrededor y no vio a nadie más. Deslizó sus dedos bajo el tejido de encaje y acarició la vulva, que en ese momento la tenía con vello suave y corto. Vello que pringó rápidamente al introducir sus dedos en la vagina y sacarlos, extendiendo su flujo todo alrededor mientras se masajeaba el sexo en plena escalada de excitación.


Deseaba salir de allí, presentarse a la pareja y montar la cara de aquel hombre para llenarla con sus jugos; pedirle a la chica compartir aquel pollón y darle un masaje a dos bocas; subirse a horcajadas y montar la cabalgadura mientras la otra chica le comía el culo… se le ocurrían tantas ideas cerdas que ponía más cachonda cada vez. Sin embargo, no sabía realmente cómo podrían reaccionar. “¿Y si a esa chica no le gusta compartir su chico? ¿Y si no le gusto al chico? ¿Y si les corto el rollo?” Dejó de pensar en aquellas ideas y volvió a centrarse en la película porno que estaba viviendo en directo. Se abría la raja, que ya tenía las bragas apartadas, y se frotaba hacia delante y hacia atrás para sentir el tacto más directo contra su clítoris, buscando un rápido orgasmo.


Fue entonces cuando vio que el chico tenía un móvil en una de sus manos, ¡con el que estaba grabándola a ella! El movimiento de vaivén vertical de aquella desconocida se hizo más rápido e intenso. Tenía la manguera de carne agarrada fuerte y estirada contra los huevos mientras atropellaba y martilleaba su garganta con la punta gorda. El chico empezó a retorcerse mientras controlaba el celular, hasta que los movimientos amplios y lentos se convirtieron en un rápido temblor. La chica tenía la polla bien clavada en la garganta mientras se llenaba la boca de él. Lucía empezó a imaginar la sensación, recordando alguna de las memorables mamadas que había hecho. Pensó en esos chorros iniciales de semen que te sorprenden, en el calor y la textura, en el masaje de la lengua y el tacto de todo el conjunto cuando ya tienes la boca llena y no sabes qué hacer con tanto esperma.


El chico sonrió ampliamente mientras seguía grabándola. Parece que ella exhibió el contenido para la cámara justo antes de correrse, fruto de su excitante labor auto-amatoria, y de tragar el jugo extraído. “Joder, esto le va a encantar a tu marido”, dijo de forma audible para Lucía, a quien le sobrevino un orgasmo de manera súbita e imparable, haciéndola temblar y casi perder el equilibrio. Al escuchar el ruido que Lucía provocó, la pareja se puso nerviosa y, rápidamente, se levantaron y salieron a paso ligero en la dirección contraria, mientras intentaban adecentar sus ropas de manera forzada. Miraron atrás, pero no vieron a nadie, y se perdieron entre los caminos oscuros del parque.


Lucía se quedó un poco traspuesta, pero no tardó en recuperarse al recordar que estaba en plena calle y se acababa de comportar como una auténtica golfa. “Quizás no tanto como esa pareja” pensó, pero desde luego era la primera vez que se masturbaba en la calle y le había gustado todo, lo que vio, lo que escuchó y lo que sintió. Pero había algo que no le gustó, y es que… “Joder, ¡ahora sí que necesito una buena fiesta!”

-FIN-

  Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

 

23 agosto, 2023

A mi me daban dos

 

La tarde estaba siendo agradable en aquella playa. La brisa era suave y el sol resplandecía, pero el calor no era asfixiante. Un día de fin de semana, esa playa estaría a rebosar de vida, con niños jugando en la orilla y clamando la atención de sus padres. Sin embargo, era un día normal de semana, de vacaciones, así que todo era más apacible. Las pequeñas olas sonaban de fondo y se podían escuchar desde el paseo marítimo, donde se encontraba Miguel caminando tranquilo, pero constante, hacia su destino.

Miguel estaba en los treinta largos, pero aparentaba algunos años menos, incluso con la barba. Quizás era el pelado descuidado, su actitud natural ante la vida, o una genética envidiable. La genética también le había favorecido en cuanto a forma física, puesto que no necesitaba esforzarse demasiado en el gimnasio para ofrecer una bien formada musculatura que, sin ser excesiva, se podía apreciar bajo la camisa de corte casual y desenfadada.

Revisó el reloj. Llegaba bien de tiempo. Apenas le quedaban unos pasos para llegar al portal de Mara, quien vivía en una zona privilegiada con vistas al mar. Apretó el botón del ático y una voz femenina conocida contestó tras pocos segundos. Con un chasquido, el cierre se liberó y Miguel solo tuvo que empujar ligeramente la pesada puerta. Cuando llegó arriba, la chica estaba en la puerta sonriente.

-Hola guapa.

-Hola, ¿qué tal?

-Estupendamente, hoy hace un día espléndido.

-Y encima de vacaciones también, ¿no?

-Sí, nada como estar fuera de la oficina y poder olvidarme de las historias.

-Manu ha llegado ya, pasa.

- ¿Ah, sí? Genial – dijo mientras se adentraba en el recibidor, camino hacia la estancia principal.

Miguel dejó su maleta a los pies de uno de los sofás y saludó a Manu.

- ¿Qué tal, cómo estás?

-Muy bien, aquí ya tomando algo.

-Ya te veo jaja, eso es bueno. ¿Es un vino?

-Si, que ahora me ha dado por ahí.

- ¿Tú quieres algo? – Interrumpió Mara dirigiéndose al recién llegado.

-Pues mira, otro vino me tomo también.

-Genial, pues entonces vino para mí también, y traigo algo para picar – contestó Mara.

Los tres se sentaron alrededor de la mesa baja que presidía la estancia y charlaron un breve rato, hasta que Mara introdujo la idea principal. Mara se había citado con sus dos amantes favoritos y estaba entre ilusionada y asustada. Ellos entre sí se conocían, se caían bien y sabían que Mara alternaba con ellos según apetencia, pero era la primera vez que quedaba con ambos al mismo tiempo. Ellos solo sabían que Mara tenía interés en hacer un trío. Cuando escucharon la propuesta de Mara, aceptaron sin dudar.

- ¿Qué os parece si jugamos a un juego para ir calentando? – dijo la chica.

- ¿Qué juego tienes? – consultó Manu.

- Uno de cartas, mirad, este es – dijo ella mientras les mostraba la caja menuda.

- Ah sí, lo conozco, es muy rápido y entretenido. – dijo Miguel.

- Eso es. Como es muy rápido, había pensado hacer rollo strip-póker. – propuso Mara.

- Entonces, el que pierda, ¿se quita una prenda?

- Así es. – contestó ella.

A los chicos les gustó la idea. Serviría para relajar el ambiente y, como aún hacía calor, no tardaría en llegar el primer desnudo integral, ya que no traían mucha ropa. Jugaron una primera ronda y la ganó Miguel, por lo que Manu y Mara perdieron una prenda. Mara se decidió por los zapatos, pero Manu prefirió deshacerse de la camisa dándole un poco de teatro a la situación. Se levantó y se fue quitando los botones de arriba hacia abajo. Descubrió su torso fornido y se giró para ir llevando la camisa hacia abajo por la espalda poco a poco.

Venga Manu, que te estamos esperando, jaja – dijo Mara.

Vale, vale, solo pretendía ser sexy – contestó.

Pero si ya lo eres – dijo Miguel.

Bueno, pero un poco más – contestó Manu.

¿Aún más? – dijo Mara con una sonrisa, visiblemente contenta por lo que estaba viendo.

Todo lo que se pueda – sentenció Manu con una sonrisa magnética que casi la derrite.

Se sucedieron las rondas de juego. El vino fue desapareciendo de las copas y la ropa fue acumulándose en los brazos, respaldos y asientos de los sofás. El juego comenzó a ser un elemento secundario, mientras que las miradas y las insinuaciones ganaban terreno. Los chicos tenían sus miembros curvados, no tersos ni firmes, pero tampoco relajados y flácidos. Por tanto, probablemente también tendrían ya preseminal con ganas de salir. Mara tenía los pezones notablemente excitados, y ella misma se notaba húmeda por dentro. Tenía unas ganas horribles de agarrarse a esas curvas de carne masculina y ponerlas firmes.

Por un lado, le daba un poco de corte empezar la situación; pero por otro lado pensaba que ella los había traído allí para eso. En un momento dado se imaginó a ella misma de rodillas frente a sus hombres. En su mente estaban sentados en el mismo sofá, bien erectos y firmes como soldados pasando revista. Masturbaba y chupaba cada tramo de aquellas pollas henchidas llenándose la boca de volumen y sabor mientras el coño, empapado en su interior, le chorreaba inevitablemente.

-Mara, te toca. – dijo Miguel, sacando a Mara de sus ensoñaciones.

Poco a poco se reían menos, a medida que la sangre bombeaba cálida por sus cuerpos y preparaba los puntos erógenos.

¿Nos vamos a la cama? – propuso Mara al fin.

Los chicos respondieron afirmativamente y se levantaron, deseando meter mano hasta el último rincón del femenino cuerpo de Mara, lleno de excitantes curvas desde los pies hasta la cabeza, pasando por los glúteos y las caderas ligeramente anchas, que se estrechaban justo al subir por el vientre y volvían a ensanchar al subir por el pecho. Mara ya estaba completamente desnuda cuando comenzó a subir por las escaleras, seguida por aquellos perros falderos que iban detrás del aroma excitante de sus intensas feromonas y el húmedo coño. Podían ver, entre escalón y escalón, cómo la rajita brillaba con la luz tenue. Llegaron arriba más excitados que cuando empezaron a subir, buscando alcanzar el néctar de aquella dama a cada paso.

Una vez arriba encontraron la escenografía bastante preparada. Junto a la amplia cama, la mesita de noche disponía de lubricantes de diversos tipos y algunos juguetes. El ambiente olía ligeramente dulce, con un regusto a canela, pero de una manera muy tenue.

- ¿Qué os parece? – dijo Mara.

-Muy bonito, la verdad. – contestó Miguel.

-Casi tanto como tú. – respondió Manu, que rodeó a la chica con su brazo por la cadera y empezó a besarla en el cuello.

Miguel se unió al momento y comenzó a amasar el turgente y excitado pecho. La excitación de Mara pasó de ser alta a dispararse. Las manos fuertes se desplazaban por su piel aterciopelada sin pedir permiso, chocándose entre sí en ocasiones. Ambos lados de su cuello estaban siendo asediados por hambrientas dentaduras que rozaban, pero no dañaban, con labios que besaban y lamían el erizado cuello. Llegaron a la cama y Mara se sentó.

-Buf, ¿cómo lo hacemos? – Preguntó Mara, un poco traspuesta.

-No te preocupes, déjanos hacer – Contestó uno de los chicos.

-Túmbate bocabajo y nosotros nos encargamos – Dijo el otro.

Mientras la chica se tumbaba, ellos se pusieron a sendos lados de la cama y cogieron el bote de aceite para masaje. Vertieron una copiosa cantidad sobre sus manos y empezaron a extender el aceite sobre la piel de Mara. Miguel pidió a la chica que se apartara el cabello, y así hizo ésta. Las manos aficionadas, pero habilidosas, presionaban sobre su musculatura. Manu empezó por los pies, incluyendo dedos, planta y empeine; mientras que el otro se encargaba de los hombros y la base del cuello.

Las dos parejas de manos paseaban incesantes sobre el cuerpo femenino. La piel formaba olas ante la presión de los dedos, que se desplazaban y deslizaban suaves sobre el lubricante con aroma de almendras dulces. Miguel bajaba por uno de los brazos mientras Manu subía por la pierna contraria. Las manos abarcaban tanta piel como podían, activando la circulación y ofreciendo una sensación de relax y, a la vez, excitación a la chica. Ella no lo sabía, pero ya había preseminal cayendo a cámara lenta desde los miembros semiexcitados de sus compañeros, ensuciando ligeramente las sábanas.

Habiendo terminado ya con ambos lados tuvieron que preguntar a la chica si seguía despierta. Ésta confirmó su estado de consciencia a duras penas. Desde luego, no pensaba quejarse. Miguel siguió por la espalda mientras que Manu se centró en ambas nalgas, y el espacio entre ellas. Para ello, Miguel se colocó frente a la chica, con el miembro cerca de ésta. Según se moviera, Mara podía ver el péndulo del macho moverse, por lo que empezó a salivar. A su vez, las manos de Manu movían y abrían las amplias y perfectas nalgas.

De repente, Mara notó que las manos de Manu estaban mucho más mojadas que antes. Éste había cogido el lubricante específico para juegos anales y empezó a centrarse en masajear el exterior del ojete, el perineo y la vulva. La presión de los dedos era más localizada, pero aún no penetraban en la chica. Ésta comenzó a sentir un calor intenso por su cuerpo y su esfínter palpitaba involuntariamente. Gimió de manera audible, pero los chicos no pararon de sus labores, siguieron por donde estaban. Miguel bajaba por la espalda y pronto se encontraría con Manu en las nalgas.

Aunque lo disimularon bien, ese gemido disparó la excitación de los chicos, cuya erección era más notable cada vez. Manu no dejaba de excitar el ano y el coño de Mara, pero siempre de manera superficial. Superficialmente cruel. La cadera de la chica se movió melosa, lo que era indicio de que tenía interés en ser penetrada, brutalmente empotrada y follada hasta la saciedad. Sin embargo, el juego continuaba a su ritmo. Los chicos pidieron a Mara que se diera la vuelta y ésta lo hizo. Su rostro parecía estar en trance, sus pezones duros caían junto a los pechos y las manos de los hombres volvieron a buscar el aceite y, posteriormente, el cuerpo de Mara.

Manu empezó a alternar una mano exterior, mientras la otra empezó a jugar tímidamente por el interior. Mara estaba empapada. Miguel sintió cómo los dedos femeninos, con sus uñas decoradas, amasaban y sujetaban la polla que, hasta ese momento, medio colgaba. La mano de Mara empezó a masturbar a Miguel mientras éste embadurnaba los pechos sin dejar ningún rincón por masajear. Manu levantó las rodillas de la chica y separó las piernas, lo justo para que pudiese entrar su cuerpo vigoroso. El miembro viril entró dentro de ella y profirió lentas, melosas y profundas penetraciones. Mara empezó a gemir sin control sobre sus cuerdas vocales.

Miguel sujetó la mano de Mara, separándola de su rabo. Se acercó a su cara y la acarició con el miembro, y con su recién afeitada y aún perfumada piel. El glande de Miguel llenó la boca de Mara. La chica giraba la cabeza para chupar más o menos polla. Manu salió de su interior. “Indebidamente”, pensó la chica. La polla de Manu, notablemente excitada y con aroma mezclado se presentó por el otro lado y Mara no dudó en llenarse la boca también con él.

Ambos acariciaban su pelo, su pecho, su cuello, sus brazos y, por supuesto, el interior de su coño, mientras la boca de la chica saboreaba los primeros deliciosos jugos fruto de la excitación. Eso la hizo excitarse más y abrió sus piernas todo lo que pudo para facilitar la masturbación por parte de los chicos mientras ella se agarraba a sus fuertes muslos. Mientras tanto, ese par de gruesos y granates glandes se peleaban por sus labios carnosos.

Los chicos, excitadísimos, se hicieron unos gestos y volvieron a sacar a Mara de aquel estado. Mara no sabía qué estaba pasando ni por qué habían parado, pero ellos sabían que había un buen motivo y la recompensa lo merecía. Volvieron a pedir a Mara que se diera la vuelta. Manu cogió una silla próxima y se sentó, como un rey en su casa. Empalmado y excitado frente a Mara, se masturbaba mirando la situación. Miguel se subió a la cama y cogió el lubricante anal. No escatimó en cantidad y la mano bajó cargada hasta el perineo de ella, untando bien la zona. La vulva, y la vagina fueron cubiertas, pero la mayor parte se quedó arriba, sobre el arrugado esfínter, que poco a poco fue masajeado en círculos concéntricos.

El dedo corazón entraba, tímido al principio, valiente después. Los mismos pálpitos de la chica invitaban a entrar. El dedo entraba y salía y, cada vez que lo hacía, procuraba que el lubricante llegase a todas partes en su interior, abriendo cada vez más el hueco. Cuando éste salía, el esfínter volvía a cerrar, como si no hubiera pasado nada; sin embargo, en la siguiente introducción, la resistencia era menor. Cuando la sensación fue la adecuada, dos dedos empezaron a trabajar donde antes sólo entraba uno. Entraban en vertical y en horizontal, ovalando el estrecho círculo y permitiendo vislumbrar parte de la oscuridad. El ano se apreciaba ya ligeramente hinchado. Seguramente el masaje había activado la circulación en la zona.

Manu se levantó e introdujo de nuevo su rabo duro en la boca de Mara, que apenas podía besar el glande ampliamente por culpa de la postura. Notó el preseminal saliendo del chico y no dudó en recogerlo con la lengua. En ese momento notó cómo algo frío la llenó por detrás momentáneamente. Miguel había cogido el plug anal de la mesilla y, bien cubierto de lubricante, lo introdujo en el culo de Mara. Entró con poca dificultad, gracias al arduo trabajo en equipo que estaban realizando. “Como anillo al dedo”, se dijo.

Aunque parecía que iba a dar más vueltas que un trompo, volvieron a girar a Mara para colocarla boca arriba. Miguel se colocó entre sus piernas y penetró su coño. Estaba mojadísimo y abierto. Mara lo cerraba a su paso para sentir cada una de las venas y pliegues de su polla mientras, ahora sí, se llenaba la boca con la polla de Manu, quien estaba encantado de poder apagar sus quejidos, aún mayores debidos al efecto del plug. El grueso falo de Miguel notaba el plug anal con cada entrada y salida. Los huevos chocaban con el aún tibio brillante que remataba el exterior del juguete. Miguel gemía mientras veía a su compañera tragar polla, abrazada a las piernas de Manu, con el pelo enredado y los pechos botando por cada embestida. Los jugos se mezclaban en su interior y brotaban por el coño, mojando los cojones del chico, la joya, las nalgas y las sábanas.

- ¿Sabes Manu? Yo creo que ya la tenemos a punto de caramelo - dijo Miguel, excitadísimo.

-Pues vamos – contestó éste.

Sin sacar la polla, Miguel pasó uno de sus brazos por la base de la espalda de Mara y con la otra, sobre la cama, realizó una potente flexión levantando a la chica. Utilizó toda su potencia física para llevarla sobre sus piernas y, después, se tumbó él bajo ella. La manipuló como quiso. Mara acabó en una postura intermedia entre cuadrupedia y horcajadas sobre Miguel. Apenas le dio tiempo a pensar de la excitación. Sintió cómo el plug salía de su cuerpo con apenas dificultad para ser sustituido por un ariete de carne, firme, tersa y lubricada. El ano se abrió para invitar a la entrada y la polla penetró. Entró y salió con recorridos cada vez más largos entre las nalgas. Miguel sujetaba a Mara mientras follaba su coño excitadísimo, a la vez que sentía los movimientos de la polla de Manu al otro lado, por el interior de la chica. Mara gemía libre, completamente audible y despreocupada.

Ambos bombeaban carne sin cesar y Mara empezaba a temblar, sintiendo los respectivos grosores. Uno y otro remaban, acompasados disciplinadamente.

¡Me corro! – dijo ella.

¡Hazlo! - contestó Miguel, con voz esforzada.

¡Me corro, me corro, me…!

Mara empezó a temblar y derramó fluido que cayó por la polla de Miguel. Tuvo un potente orgasmo, pero ellos no cesaron. Siguieron, y siguieron sin parar.

- ¡Jodeeeeer! – dijo ella, mientras volvía a correrse. Estaba completamente sujeta por cuatro brazos fuertes que la cuidaban a la vez que sus correspondientes dueños la trataban como se merecía.

Las tetas de Mara no dejaban de rebotar y moverse sobre Miguel. A veces libres, a veces tapadas por las manos de Manu, otras veces sujetas por sus propias manos. A la vez, Manu estaba excitadísimo de escuchar sus gemidos, de ver su forma perfecta desde la vista reversa, y aprovechando para, cuando el movimiento se lo permitía, mirar un espejo del que no se había percatado antes y desde el que se podía contemplar toda la escena lateral. La mente de Mara estalló en un último y completo orgasmo que la hizo perder el control. No pudo ni gemir, solo temblaba. Los chicos pararon y la sujetaron.

¡Dios! – dijo Manu, mientras la depositaba gentilmente sobre la cama.

Las convulsiones pararon paulatinamente. La chica tardó un par de minutos en reponerse. Volvió en sí y sonrió mientras se estiraba sobre la sucia y desarmada cama.

¿Qué tal estás? – preguntó Miguel.

La sonrisa de Mara se amplió.

Muy bien – dijo.

Ya se te ve que estás muy bien, jaja. – contestó Manu.

¿Y vosotros? – preguntó la chica.

Pues nosotros aún tenemos que terminar. – dijo Miguel sonriendo.

¿Y a qué esperáis? – dijo Mara ofreciendo sus pechos para esa labor y mirándolos deseosa.

Ambas pollas se colocaron a sendos lados. Estaban cerca, duras y jugosas. Las manos recorrían desde la punta hasta los colgantes huevos haciendo un característico sonido húmedo. Los chicos gemían y gruñían. Ella deseaba tanto ver esos chorros de semen que volvió a excitarse y llevó una de sus manos al clítoris. El primer chorro le pilló de sorpresa. Manu tembló y se apoyó en la pared con la mano libre mientras seguía exprimiendo su polla. El esperma manchó cara, cuello, pecho y brazo. Mara chilló sorprendida y excitada, para después reírse. Miguel siguió la estela y derramó su leche a varias decenas de centímetros, cayendo principalmente sobre los pechos de la chica mientras bufaba como un buey.

Cubierta por el semen de ambos machos, Mara volvió a disfrutar de un fuerte orgasmo propiciado por su hábil mano. Los chicos se tumbaron a descansar bocarriba, extenuados mientras veían como Mara terminaba de convulsionar y gemir suavemente. La chica se acomodó en su posición y empezó a restregar el esperma derramado, ahora de su propiedad, sobre su propio pecho. Sabía que no podía tardar mucho en quitárselo, pues a veces la piel se le irritaba, pero por nada del mundo quería perderse esa sensación de bañarse en la leche tibia recién exprimida.

Miguel le facilitó un rollo de papel para que pudiera limpiarse. También trajo botellas de agua y todos bebieron. Se sentían deshidratados tras la intensa cabalgada.

- ¿Qué te ha parecido? – preguntó Manu.

-Uhm, mejor de lo que esperaba. – contestó ella.

-Así que tenías expectativas… - aseveró Miguel.

-Pues claro, ¿acaso no las tenías tú? – dijo Mara.

-Yo solo sabía que me pondrías tan cachondo que harías correrme de nuevo, jaja. – dijo el chico.

- ¡Y vaya corrida!, casi me llevo chorrazo yo también – añadió el otro chico.

-En ese caso, estaría lamiéndote. – indicó la chica sonriendo, ya algo más repuesta.

-Calla, que me voy a poner cachondo de nuevo. – dijo Manu.

-Ah, ¿pero es que no pensabas hacerlo? – preguntó Mara.

- ¿Qué quieres decir? – dijo Miguel.

-Obviamente, tendré que esperar un poco, pero después de la primera ronda querré una segunda, ya me conocéis... – contestó la chica.

-Sí, sí, como lo que decía el anuncio… “A mi me daban dos”, ¿no? – dijo Miguel, y todos rieron.

-Claro, dos polvazos, uno tras otro – dijo Mara, y volvieron a reír.

- FIN - 

  Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional.

 

20 mayo, 2023

La Costa del Sol

El día anterior había sido largo, pero, por suerte, todo había fluido con normalidad. El hotel recibió a su nueva huésped, ya bien entrada la noche, y la joven solo tenía ganas de dejar los bártulos y dormir plácidamente en su segundo día de vacaciones. Apenas habían pasado algunas horas desde que Elena aterrizara en el aeropuerto internacional y su cuerpo ya estaba siendo admirada por el astro rey.

La joven foránea tenía puesto un bikini oscuro que contrastaba con su pálida piel, poco acostumbrada a la cálida luz que daba su justo nombre a la Costa del Sol. Dejó la pamela y la bolsa en una mesa junto a la tumbona y cubrió su cuerpo con el protector solar. No quería arruinar sus vacaciones consiguiendo unas enormes quemaduras en su primer día de viaje.

Una vez tuvo el cuerpo protegido, se dispuso a contactar con algunos de sus amigos locales. Elena, como toda joven actual, era activa en las redes También era sociable y tenía sus recursos para conseguir aquello que deseaba. Aunque había avisado de su llegada a varios de sus amigos, no todos tenían la posibilidad de quedar justo en los días en que ella estaba de visita. Tampoco pasaba nada si no podía quedar con nadie, puesto que el viaje lo hizo en solitario también para permitirse un gran lujo: dedicarse tiempo y cuidarse a sí misma.

“Pero dejar que un buen amigo me cuide también es cuidarme” – pensaba mientras revisaba los mensajes de sus contactos en el smartphone.

Después de un rato, varios de sus amigos respondieron, pero solo unos pocos tenían posibilidades de quedar, y solo uno demostró verdadero interés. Precisamente, uno de los amigos con el que más le gustaba conversar, y con el que más feeling tenía bajo ciertas conversaciones no aptas para todos los públicos.

“Esta tarde puedo sin problema” – contestó Diego.

“Perfecto”- escribió Elena en el chat – “Ve pensando a dónde vas a llevarme ;-)”.

Una vez cerrada la cita, Elena guardó el teléfono móvil y sacó la última novela corta que estaba leyendo. Leyó algunos párrafos de aquella historia de suspense, donde una persona normal acaba siendo absorbida por una truculenta trama de espionaje. La chica devoraba palabras, frases y párrafos hasta que se dio cuenta de que debía darse la vuelta, ¡o se quedaría morena solo por un lado!

Al darse la vuelta, apoyó la cabeza sobre la toalla y dejó que el sol brillara sobre ella. El cuerpo estaba relajado, lacio, mientras la mente sucumbía a la meditación. Poco a poco, de manera inconsciente, la joven notaba cómo el cuerpo y los párpados pesaban hasta que se quedó dormida. Al rato se despertó, sobresaltada al darse cuenta de que se había dormido. “¿Cuánto tiempo habrá pasado?”- se preguntaba a sí misma. “¡Mierda!”- se maldijo.

Se incorporó y quedó sentada. Se tocó la piel de la espalda, brazos y muslos. Estaba ligeramente enrojecida y emitía calor. Parecía que se había quemado. Sin tener noción del tiempo, casi había estado una hora y media en esa postura. Revisó la bolsa y comprobó que tenía todo, también la pamela.

Miró la hora y notó cómo el estómago llamaba su atención. Tenía que comer algo. Recogió sus cosas y fue directa al chiringuito. Pidió una ensalada y escribió a Diego.

“No estoy segura, creo que me he quemado, he estado mucho rato al sol y me noto la piel templada”- escribió en el chat.

“Entonces, ¿vamos a algún sitio?”- contestó él.

“No estoy segura”- dijo ella.

“¿Tienes aftersun?” – preguntó Diego.

“Sí, cuando llegue a la habitación me echo” – respondió.

“Yo creo que, si te vuelves pronto, te duchas, te echas aftersun y relajas un poco la piel, luego podemos hacer algo” – dijo él.

Elena degustaba la ensalada fresca con las vistas a la playa. Los niños jugaban, los amigos charlaban y las parejas retozaban a la orilla del mar. El local era agradable y moderno, y la comida era buena. Pensando en la situación, Elena tuvo una idea.

“¿Qué te parece esto?”

En la pantalla de Diego, en el encabezado, apareció la leyenda Grabando audio… Al poco tiempo llegó la voz de Elena a su auricular, relatando una pequeña y excitante idea. Tanto, que Diego no se lo pensó dos veces. “Voy para allá”- respondió.

Diego llegó al hotel donde Elena se hospedaba. Fue dando pasos según ella le había propuesto en el audio. Subió por el ascensor y llegó hasta la planta adecuada. Localizó el pasillo y llegó hasta la habitación, cuya puerta estaba entreabierta. Empujó suave el picaporte con la mano y atravesó el arco hasta entrar. Cerró la puerta sigilosamente.

La luz era suave, cálida, pero no demasiado tenue. Diego atravesó el corto pasillo hasta ver el cuerpo casi desnudo de Elena tumbado sobre la cama, como así había relatado en la grabación. Solo la luz de la mesita de noche estaba encendida, mientras que las persianas estaban a media altura. El aftersun estaba a los pies de la cama. Elena había retirado toda la ropa de cama y estaba sobre la sábana, somnolienta, vestida con un tanga solamente, que le estilizaba bastante su culo bien proporcionado.

Diego se desvistió a los pies de la cama y se quedó en ropa interior. Tomó el aftersun y echó un poco de crema sobre su mano. Se sentó junto al cuerpo de Elena y empezó a extender crema sobre su piel. Las manos, bien untadas y cremosas, se deslizaban suavemente por su recorrido. La presión de los dedos era fuerte, pero no excesiva, por lo que proporcionaba un masaje a la musculatura del atractivo cuerpo femenino, además de una protección a la piel.

Desde la espalda y el cuello, las recias manos de diego bajaron por los brazos y los rodeaban. Desde los hombros hasta los codos, bajando después hacia las manos y aplicando cuidadosa presión y caricia sobre las manos, sobre cada uno de los dedos. Volvió después a la espalda y siguió por el trasero. Aplicó crema bajo el tanga, en la cintura. También en los glúteos, de forma generosa, y entre ellos, abriendo la carne si era necesario. Siguió por los muslos y se dedicó un buen rato a masajear las piernas, llegando también hasta los pies.

“Date la vuelta”- pidió Diego con cierto tono de autoridad.

Elena se dio la vuelta. Ese fue el primer momento en que se vieron en persona. Se habían conocido por conversaciones, por historias, por anécdotas, por fotografías, incluso por fotografías donde aparecían desnudos. Se gustaban, pero no se habían visto en persona hasta ese momento. Diego continuó el ritual por el lado frontal del cuerpo, solo que ahora realizaría el trayecto contrario: desde abajo hacia arriba, empezando por los pies.

El chico dedicaba su tiempo y sus habilidades manuales a aquella dama que yacía con una mezcla entre relajación y excitación. Su mente estaba tranquila, pero su coño ardía en deseos de que esos dedos habilidosos entrasen también a masajear su interior. Sin embargo, Elena se contenía y aparentaba estar en una sesión de meditación.

Las manos subían por los muslos y las ingles. Nuevamente, la crema llegó por debajo del tanga, el cual tuvo que ser apartado temporalmente. Bajo él, la crema encontró algo de resistencia debido al vello púbico. El masaje siguió por el vientre, por los pechos, incluyendo los pezones, y llegó hasta el cuello.

“Yo creo que ya está, me parece que tu piel ha quedado bien protegida” – Dijo Diego con suavidad.

Elena abrió los ojos con algo de esfuerzo, esbozando una sonrisa.

“Vaya, parece que te alegras de verme” – dijo, señalando la incipiente erección que presentaba Diego bajo la ropa interior.

“No puedo negar que es una alegría conocernos al fin” – contestó el chico.

“Ven, que ahora te voy a dar yo el masaje” – dijo la chica, sintiéndose especialmente cachonda.

Diego se puso en pie junto a la cama y Elena le bajó el calzón. Éste terminó de caer por su propio peso. La polla de Diego estaba semi erguida. Formaba un arco de carne con un movimiento palpitante autónomo. Elena sonrió al mirar a Diego allí, arriba del todo, ansioso por sentir el calor de su garganta. La chica preparó un buen escupitajo, terminó de retraer la piel dejando el sensible y rojizo glande al descubierto y escupió sobre él con precisión. Inmediatamente después evitó que toda esa saliva cayera y la rescató con la lengua, metiendo toda la carne mojada en su boca. Se sintió muy cerda y cachonda en ese momento en que, con ayuda de su lengua, se mezclaban los sabores de sus babas y el copioso flujo preseminal caliente y dulzón. Los pezones se le pusieron muy duros y Diego empezó a crecer y endurecerse en su interior.

No tardó en conseguir el máximo tamaño que su cuerpo le permitía. Elena lo miraba a veces para asegurarse de que él también estaba gozando de la mamada, aunque no era algo que dudara. Tenía el coño empapado y se lo masturbaba mientras chupaba y llenaba de babas la durísima polla. Sujetó los cojones del chico y balanceó la polla desde ahí golpeando y frotando con ella su cara en el proceso. En un momento dado, con los huevos de Diego en una mano y el coño en la otra, empezó a temblar debido al orgasmo que acababa de estallarle.

“¡Me voy a correr yo también!” - exclamó Diego.

“¡No, espera!, quiero que me folles también” – lo detuvo Elena como pudo.

“¡Dios, no puedo más!”

“¡Métemela en el coño, Diego!” – insistió.

Haciendo un enorme esfuerzo, Diego evitó la corrida. Elena se tumbó en la cama bocabajo y éste entró en su interior tras bajar el tanga lo justo y necesario, penetrando la recién corrida vagina. Con él dentro, Elena empezó a disfrutar de increíbles sensaciones. Diego empezó a embestirla contra la cama. Aplastaba su culo con el vientre, y todo su cuerpo contra la cama, con las tetas aplastadas y los muerdos de Diego en el cuello, la polla entraba y salía de aquella caliente y jugosa gruta.

“¡Ya no puedo más!” – exclamó Diego apagadamente y jadeante junto al oído de la chica.

“¡Córrete!” – Ordenó ésta.

Entonces, un torrente de esperma salió disparado desde Diego llenando hasta el último rincón de la extasiada chica. El glande se hinchó tanto dentro que ocupó un volumen diametral no sentido antes. Esto, junto al gran derrame de semen, hizo que Elena estallara en un orgasmo aún más intenso que le provocó convulsiones cortas, pero fuertes contra la cama. Diego ofreció algunas embestidas adicionales, que acompañaba, cada una, con una nueva inyección de semen cálido que no hacía más que mantener el estado de clímax en la chica.

Finalmente, Diego salió del cuerpo de Elena y se tumbó a su lado, abrazándola.

“¿Estás bien?” – preguntó gentilmente.

“Sí” – dijo con una sonrisa cuando pudo reponerse.

Se besaron, por primera vez.

“Que no vuelva a enterarme de que no te pones suficiente crema, a ver si voy a tener que echártela yo… otra vez” – reprochó Diego en tono jocoso.

“Jaja, claro. La próxima vez te llamaré directamente” – dijo Elena.

-FIN-

   Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional