31 diciembre, 2010

No sé cuándo...


No sé cuándo podré volver a escribir, aunque seguiré pasándome a veros un ratito :)

21 diciembre, 2010

Anita parece inocente

Pero sólo lo parece. Su rostro era hermoso y dulce, aparentando 4 años menos cada vez que sonreía. Sin embargo, tenía el cuerpo despampanante de una mujer y el deseo sexual de varias. Era ese tipo de mujer que no puedes dejar escapar, pero tampoco puedes atar demasiado fuerte. Ese tipo de mujer que no puedes saciar sólo con tus centímetros o tus medidas, ese tipo de mujer que siempre necesita más. Ese tipo de mujer que me encanta.

La última vez que hablé con ella le hice una proposición indecente. Sabía que no se negaría, que no podría. Su lujuriosa mente lo deseaba y su actitud sumisa haría el resto. Le dije que se vistiese como cuando sale a zorrear para ir poniendo cachondo al personal. Tenía un cuerpo de revista y seguro que las miradas se pararían en sus curvas por la calle. Le dije que se diese una vuelta por las calles del centro, que se dejara ver y que mirase a los hombres con esa mirada suya que te provocaba por dentro un calor imposible de olvidar. Le dije que cuando notara las miradas de los hombres sobre ella, cuando sintiese aquellas miradas pecadoras sobre sus ojos; cuando sintiese los bultos crecer a su alrededor; apuntándo a su cuerpo; viniese a la calle donde yo estaba, le estaría esperando.

Realmente no concretamos una hora, sólo le dije que lo hiciese después de comer. Llevaba 2 horas esperando. Llevábamos, mis dos amigos y yo, 2 horas esperando, charlando entre nosotros, contándonos historias en aquella solitaria callejuela llena de obras inacabadas de restauración de edificios. Siempre cabía la posibilidad de que no viniese y mis amigos, impacientes, intentaban convencerme de que no vendría, de que no se atrevería. Pero yo estaba seguro de que se aparecería, porque la dulce Anita era todo un putón desaprovechado.

Se hizo el silencio un momento. Algunos pájaros canturreaban y el tráfico sonaba lejano. El ruido seco de unos tacones inseguros llegó a nuestros oídos. Nuestras miradas se focalizaron en aquella misma esquina, esperando, escuchando cada vez más cerca, acelerando nuestros corazones. Anita apareció espectacular y se paralizó al vernos. Estaba guapísima. Estaba buenísima. Su vestido estaba hecho de una tela ligera, no muy ceñido pero que transparentaba un poco y dejaba imaginar muy bien lo que escondía. La estábamos devorando con la mirada cuando finalmente se atrevió a acercarse a nosotros.




-Menudo zorrón que va enseñándolo todo por ahí.
-Joder, qué tia.
-¿Qué hace un bombón como tú por un sitio como este?


Estábamos notablemente empalmados y nos subimos al verla tan sola siendo nosotros 3 tios alli delante. Me la imaginé así vestida paseando por la calle y estoy seguro de que no dejó a nadie indiferente. Se apreciaba con cierta facilidad que no llevaba sujetador y eso nos tenía como toros en celo. Me eché las manos al paquete y me puse frente a ella...

-¿Tienes frío, cariño?
-Me apetece jugar contigo.
-¿Sabes que estás muy buena?


Ella no dijo nada. ¿Nerviosa? ¿Asustada? ¿Excitada? Mis amigos, sus manos, estaban ya sobre las tetas de aquella putita atrevida. Sin darle tiempo a reaccionar, su cuerpo había sido cubierto por 3 hombres, manoseada por todas partes, por encima y por debajo de su vestido, besada y lamida en cuello, hombros, espalda, pecho...
Tampoco ella se pudo estar quieta. Sentí cómo palpaba la cremallera abultada de mi pantalón con intenciones de descubrir el interior. Cerraba los ojos y parecía disfrutar entre desconocidos en aquella calle poco habitada.

-¿Así que eso es lo que buscas, eh? Me pone caliente que seas así de zorra.
-Te voy a follar entera.
-Me vas a comer la polla, puta.


La llevamos hacia un portal deshecho, con la puerta de madera y un pequeño escalón roto. La pusimos mirando contra la pared y le ordenamos que abriese las piernas. Levantamos aquella falda minúscula y observamos con sorpresa aquel culo espectacular. Aunque lo que nos gustó más a los tres fue darnos cuenta de que ni siquiera llevaba ropa interior. Ni siquiera un tanga. Iba por la calle con el coño al aire a riesgo de ponerse cachonda y comenzar a chorrear.

-Perra.- Le dije tras pegarle en el culo.

Uno de mis amigos (estaban los dos muy excitados) palpó su vulva con fuerza.

-¡Estás empapada, zorra!

El chorro caliente se le enfriaba a la dulce Anita al bajar por el interior del muslo. La mano que mi amigo tenía en el coño frotaba con ganas y hacía brotar más líquido. La chica no pudo reprimir un gemido de placer.

-Fóllatela, joder.- Le espeté.

Sin dudarlo, mientras el otro chico ya se había sacado el rabo del pantalón y estaba masturbándose frente a los 3, mi amigo bajó la sonora cremallera y destensó la tela del pantalón al sacar toda aquella carne con la que pensaba empalar a la chica. Estaba tan cachondo que ya tenía líquido preseminal en la punta cuando comenzó a resbalar sobre el coño de Anita, buscando la raja, buscando el calor. Lo encontró y se metió dentro sin dificultad, para inmediatamente después de la primera penetración, ponerse a embestir su perfecto culo con el abdomen fornido, bombeando polla cada vez que el vientre chocaba contra el trasero.





Yo estaba también muy cachondo. Era inevitable viendo aquel espectáculo. Era inevitable pensando que íbamos a compartirla y turnarnosla a nuestro antojo. Continué manoseando sus tetas con una mano mientras me pajeaba con la otra y le decía cosas al oido.

-Te gustan las pollas, ¿verdad? Tres mejor que una, todas para ti. Eres una guarra. Hoy te vamos a usar y vamos a clavarte nuestros pollones según nos venga en gana. Prueba esto.- Introduje mi dedo mojado en el líquido que salía de mi polla - Es el sabor de mi polla, el sabor que te mereces, que deberías tener todos los días.

Fui yo el siguiente. Me puse detrás y azoté su clítoris por debajo. 7 pollazos más tarde, busqué su rajita y la penetré disfrutando de su culo y su espalda. Tiré de su pelo hacia atrás y pareció gustarle. Mis dos amigos no dejaban de magrear su cuerpo. Tenía la tela del vestido hecha un remolino en mitad de la cintura, así que estaba prácticamente desnuda en aquel callejón aún de día, violada por 3 cerdos.

Los huevos me chorreaban fluidos de Anita cuando le saqué la polla. El chico que aún no se la había follado le ordenó que se la chupara y ella hizo cazo obediente.

-¿Te gusta comer rabos? Seguro que te encanta mi carne.

Cogió a Anita por la cabeza y le calentó un poco la cara antes de dejarla chupar. Comía como si su vida dependiese de ello, en cuclillas con las piernas bien abiertas mostrando su coño al callejón, no dejaba de comer y acariciar huevos y polla. Mi otro amigo y yo nos acercamos y Anita tuvo un pequeño problema porque, aunque quería, no era capaz de pajearnos y chuparnos las 3 pollas a la vez. Eso sí, le encantaba meter dos glandes entre sus labios y salivarlos al mismo tiempo, mezclando su saliva con lo que salía de nosotros.

-Esta guarra me tiene muy cachondo. Le voy a estallar en la cara, no me aguanto.- Dijo uno de los chicos.

Anita lo escuchó y prestó más atención a aquella polla, mirando a mi amigo a los ojos, haciendole saber que quería toda esa lefa para ella, deseándola. Éste no pudo soportarlo y descargó un gran chorro de leche sobre Anita. Ella lo recibió con una sonrisa y mi otro amigo sintió la necesidad de ser el siguiente. Volvió a cogerla por la cabeza y la invitó a abrir la boca, descargando su contenido dentro.



La dejé tragar antes de comprobar la profundidad de su garganta, antes de follar su boca como hice antes con su coño. Cuando la liberé, volvió a mirarme de esa manera suya, irresistible, que había usado antes con mis amigos, deseando lo que mis huevos tenían para ella.

-Dame tu leche.

Fue lo primero que dijo en toda la tarde y no pudo haber dicho nada mejor. Sentí los impulsos, los borbotones recorrer mi polla hasta salir directos a su cara ya manchada, a su boca abierta, a sus tetas desnudas. Le metí la polla de nuevo en la boca antes de descargarlo todo y exprimí hasta la última gota dentro de aquella complaciente comepollas.

-Te lo merecías.

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07 diciembre, 2010

A Cris le gustan las pollas (2)

Hice lo que Cris me dijo. Salí fuera de la tienda y vi un banco cercano de metal. Me senté sobre él y sentí el frío recorriéndome la espalda. Sin duda, yo estaba a una mayor temperatura que el banco. Esperé observando a la gente pasar. Las personas iban y venían, cada una con sus asuntos en la cabeza. Muchos pasaban con bolsas, pues se había iniciado la temporada de compras navideñas. Los ancianos pasaban más lentamente, las mujeres se paraban más en los escaparates, los hombres eran más veloces y raudos en el paso.

¿Cuánto tiempo estaría allí? ¿Podríamos finalmente cumplir nuestra aventura? Pasaba el tiempo y noté cómo me iba relajando, el pantalón me apretaba menos y podía dejar de disimular la postura y sentarme más cómodo. Intentaba observar dentro de la tienda pero apenas veia a través del escaparate. ¿Qué estaría pensando Cris en este momento?

Pasó media hora y no sabía dónde meterme ya. Me levanté del asiento y di algunas vueltas por delante. Pensé en entrar de nuevo, citarla a un encuentro más convencional y despedirme. Cena, bar, unas copas, hotel... Siempre suele funcionar y es menos problemático para ambos. Entonces vi salir a una chica de la tienda con el uniforme de vendedora... No era ella. Era una mujer de más edad, ni siquiera se fijó en mi.

Ni cinco minutos después se asomó Cris por la puerta y me llamó. Me dirigí hacia ella con determinación, volvieron los calores a mi, el corazón se me aceleró y la presión sanguínea aumentó.

-Perdona, es que estaba esperando a que se fuera la jefa, - me comentó- ven.

Me cogió de la mano y tiró de mi hacia el mostrador. Dentro estaban sus compañeras de trabajo, que nos miraron y nos sonrieron pícaras. Traspasamos el espacio que separaba la zona pública de la tienda y nos adentramos en la zona privada. Pasamos una cortina y nuestras siluetas dejaron de ser visibles a los demás. Detuve entonces a Cris y la abracé intensamente, a miré y la besé con todas las ganas que la tensión del momento generaba. No dudé ni un momento en quemar su culo con mis manos ni en apretarla contra mi pantalón para que notase el bulto. Aún se escuchaba la gente hablando en la tienda mientras me llenaba de su aliento.

Paramos un momento para seguir adelante, hacia un sitio donde no se nos oyera a nosotros. No dejaba de mirarla, iba delante de mi y lo único que conseguía con eso era ponerme más cachondo y chocarme con las cajas de aquel lugar estrecho. Se dio la vuelta y volvimos a besarnos. Saqué su camisa del pantalón y busqué sus pechos. Ella no dudó un instante en desabrochar mi pantalón, sabía lo que quería. Levanté el sujetador por encima de sus tetas sin quitar el cierre y amasé sus tetas con mis manos, apretándolas y juntándolas mientras ella acariciaba mi carne por encima del boxer. Tenía la polla y los huevos bien apretados bajo la lycra y querían salir para ella.

Bajé mi cabeza y lamí sus tetas, sus pezones se endurecieron al instante. Me encantaba el sabor de su piel, de sus labios, su olor a zorra caliente. Bajé mi pantalón e invité a Cris que continuase ella. Se puso en cuclillas y tiró de los calzoncillos hacia abajo. Estaban apretados y me arañó un poco al bajarlos. Mi polla estaba muy dura para no haberla pajeado aún y mis huevos estaban ya pensando en vaciarse. La cogió con una mano para dirigirla hacia su boca y comenzó a chuparla como ninguna antes lo había hecho. Notaba su lengua recorrerme entero, su boca parecía no tener fondo y su lengua quería alcanzar los huevos en cada pasada. Sabía que a ella le encantaba y sabía que se esforzaría todo lo posible para sacarme el zumo que guardaba. Pero leche no era lo único que quería darle.

-Para un momento, no me quiero correr tan rápido.

-Mi jefa llegará en cualquier momento.

-Levántate un momento.

La besé, sus labios sabían a mi. La miré a los ojos.

-Voy a follarte como a una puta.

Le di la vuelta y le besé el cuello mientras desabrochaba su pantalón.

-Me encantas, estás buenísima.

Bajé al mismo tiempo su pantalón y sus braguitas.

-Te voy a empalar con mi rabo.

Palpé su coño con mi mano y me sorprendió de lo mojado que estaba. Acaricié ligeramente su coño y su culo empapandolo todo con sus flujos y le hice agacharse. Golpeé dos veces su clítoris con mi polla embrutecida y se la clavé, hundiéndola en su cuerpo recreándome en ello. Su coño parecía un horno y mi polla se movía bien lubricada allí dentro.

-Mmmmmmmmmmmmmm, ¡joder!

Me pregunté si alguien estaría viéndonos. Quizás alguna de sus compañeras habría entrado a cotillear y me estaría viendo el culo mientras embisto a su amiga Cris. Quizás nuestros jadeos eran lo suficientemente sonoros como para que el público de la tienda se extrañase.

-Quiero tu leche- me dijo sin rodeos.

-¡Cómo me pones! ¿Dónde la quieres?.

-Tú ya lo sabes.

Saqué mi polla y la restregué por su culo estrechito. Se dio la vuelta y volvió a agacharse. Aún tenía ganas de embestir y no dudé en follar su boca con mi polla empapada en los fluidos de su coñito.



Efectivamente sabía dónde le gustaba a Cris una buena corrida. Quería sentirse bañada por un buen chorro de esperma. Quería que mi semen resbalara por su cara, por su boca; quería que manchase sus tetas y se escurriera hasta gotear. Quería chuparme la polla después de correrme sobre ella y sentir cómo volvía a quedar flácida sabiendo que ella, y sólo ella, era la dueña de aquella polla y aquella leche.

Saqué el falo de su boca y no me hicieron falta ni dos pasadas con la mano para que mis huevos descargaran unos chorros gruesos, espesos y blancos sobre su cara boquiabierta. Por suerte no manché su pelo, pero me encantó ver su cara repintada, sonriente, relamiéndose, apretando mi pene para terminar de extraer las últimas gotas que recogía con los labios. Utilicé mis dedos para recoger parte de mi semen que caia por su mejilla y lo dirigí a su boca, que lo recibió con placer.

El relax después de un buen polvo es indescriptible, pero después de algo así directamente me quedé lacio y casi sin fuerzas. Me acordé entonces de dónde estábamos, de lo que habíamos hecho y de que el morbo debía dar paso a la realidad otra vez. Por suerte, había traido pañuelos de papel, pues necesitamos 4 para limpiar todo lo que la morbosa boca de Cris no alcanzaba a saborear.

Me despedí de ella en el mostrador disimulando como si hubiera sido una muy provechosa cita de negocios. Aunque creo que no podría engañar a sus compañeras dependientas. Sólo al salir por la puerta, en una última mirada, me percaté de que no habíamos sido capaces de limpiar todo y algo se había quedado en la camisa del uniforme...


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27 noviembre, 2010

A Cris le gustan las pollas (1)

Cris es una chica normal. Todos los días se levanta, toma un desayuno ligero y se viste con el uniforme de trabajo. Sale a la calle con prisas y alguna que otra vez se lleva el rapapolvos de la jefa por llegar un poco tarde. Aguanta clientes todo el día y termina cansada y un poco más harta de su trabajo. Por suerte le queda tiempo para compartir con sus amigas y divertirse.

Sin embargo, hay algo que hace de Cris una chica un poco especial: A Cris le gustan las pollas.
Dicho así podría parecer relativamente normal. Las chicas heterosexuales se sienten atraídas por los hombres y tienen curiosidad por jugar con ese juguete que los chicos tienen. Sin embargo, Cris se levanta húmeda porque estuvo soñando con varias pollas. Cris se toma el desayuno deseando algún día poder ordeñar su leche todas las mañanas. La joven Cris se viste con el uniforme de trabajo pensando en que, si vuelve a casa con el traje lleno de corridas, ese día será un buen día. Cris desea a todas horas que ese compañero tan guapo, ese guardia de seguridad tan fuerte o ese cliente tan atractivo se la lleve al almacén para darle a comer su rabo e invitarle a probar crema hidratante en su dulce cara aniñada.

Cris y yo no nos conocíamos en persona todavía. Entré en la tienda y curioseé aquellos artículos. No sabía si me reconocería por las fotos porque iba perfectamente pelado y afeitado, y no suelo. Me acerqué a ella y le pregunté por uno de los artículos, que parecía bastante caro. Al principio no me reconoció, pero de reojo pude observar cómo se me quedaba mirando extrañada. Le hice preguntas adecuadas sobre aquel objeto, en el cual no tenía absolutamente ningún interés; ella respondía mis dudas de forma impecable y con diligencia mientras yo me la imaginaba desnuda, lamiéndose el dedo para mi, dejándolo caer sobre sus tetas.

¿Me habría reconocido realmente? No lo sabía. Si así era, ella no había mostrado signos que lo confirmasen. Quizás no estaba segura y prefería ser prudente. Le dije, mirando a sus ojos:

-Este otro también me gusta. ¿Cuál le parece mejor?-sonreí.

Me dijo todo lo que sabía sobre el segundo artículo y me explicó las diferencias entre ambos.

-Estupendo. Sin embargo, lo cierto es que en esta tienda lo único en lo que tengo interés es en ti, Cris.

Procuré decírselo a un volumen de voz sólo a su alcance. Observé cómo se quedó un poco cortada. Desde luego no se esperaba aquella frase. Se enrojeció un poco y miró al resto de la tienda desde nuestra esquina apartada. Todos eran ajenos a aquella conversación, que había pasado de la cordialidad comercial al pecado de pensamiento con una sola frase. Volvió a mirarme.

-¿Eres N.?

-Sí-sonreí.

-¡Y no me habías dicho nada!-dijo sorprendida.

-Te lo he dicho ahora.

(Sonrió)

-Pensé que me reconocerías.

-No estaba segura.

-Y ahora que lo estás...(hice una pausa)...¿Qué te parece si me enseñas el almacén?

Hice una pausa, porque no sabía si decirlo. A mi me da mucho morbo y sé que a ella le encantaría. Sin embargo, la realidad es que éramos desconocidos, ni siquiera habíamos tenido una primera cita y ella estaba allí trabajando. Podría desconfiar de mi, pensar que quiero robar algo. A ella podrían despedirla si se enterase alguien y yo no quería eso. Hay situaciones en la realidad que no contemplamos en las fantasías, por eso son fantasías y por eso son tan maravillosas.
Por otra parte, podría decir que sólo había ido a la tienda para conocerla. Podría decirlo y mentiría, porque lo cierto es que había ido sabiendo lo que le gusta, sabiendo que a ella le gustaría que la sentara sobre el mostrador para meterle mi polla hasta el fondo, no habría ni que esconderse en el almacén. Había ido allí con la intención de conocerla, de follarla, de cumplir una fantasía de ambos, de hacer algo muy morboso.

-¿Ahora?-me respondió.
Miró alrededor y me dijo nerviosa: Ahora no puedo. Observé cómo me repasaba de arriba hacia abajo. Yo también la devoraba con la mirada, por supuesto. Ya había visto imágenes suyas desnuda. Sólo tenía que abstraerme de sus ropas, aunque ese uniforme le quedaba muy bien.

-¿Cuando?

Pensó un momento antes de decirme: Sal fuera, siéntate en el banco que hay frente a la tienda, yo te aviso...

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18 octubre, 2010

Un viaje movido (4)

- ¿Pero la has visto? Está buenísima y tiene pinta de ser un putón de cuidado. Estoy seguro de que la chupa mejor que muchas de las que he pagado. Es un ratito...

- Joder tio, que estamos de servicio, trabajando. Me vas a meter en un problema. Que hace poco lo arreglé con Paula. Menudo compromiso...

- Es verdad. Tienes razón. Pero es que estoy todo morcillón, ya no estoy concentrado. Al menos si la puta esta me alivia ya voy más relajado.

- Mira, haz lo que quieras. Yo te espero. No le diré nada a Ana, pero no me gusta. Espero que nadie se fije en esto, porque menuda vergüenza... Me quedo aquí a que termines.

Se acercó el Guardia Civil con paso firme, tampoco pretendía tardar mucho.

- Vale. No quiero negarle ese placer a la señorita- dijo Paco mientras sacaba su embrutecido falo entre el pantalón duro del uniforme.
No se había quitado el casco ni las gafas de sol. N. se tiró con ilusión hacia esa polla autoritaria y comenzó a disfrutar del sabor extraño. M, que aún no había sido satisfecho, se puso cerca de ella y bajó la cremallera para volver a sacar su polla necesitada. Sintió de nuevo el placer de la piel de N, cuya mano trabajaba con afán sobre la segunda polla, como si estuviera ordeñando una vaca.
- Qué guarra es tu chica- comentó sin ser capaz de disimular el placer.

Observé cómo el otro Guardia Civil estaba cerca de las motos, inquieto, mirando hacia el grupo lascivo. Parecía no saber dónde meterse. M, miraba a su chica cómo alternaba su boca de una polla a otra. Estaba chupando como una poseída y movía mucho la cabeza. Así mismo, el tal Paco no dejaba de mirar al cielo, sin duda creía estar acercándose a él. En ocasiones normales yo debería estar empalmadísimo y pajeándome viendo esa escena. ¡Qué coño! Estaría participando también. Pero aún era reciente el chorretón que había disparado y mi polla se mantenía inerte o apenas funcional.

Me acordé de que habíamos traido una cámara de fotos y pensé que quizás a los chicos les gustaría tener algunos recuerdos de este encuentro. Además estaba aburriéndome un poco de tanto mirar y poco actuar. Le dije al Guardia que no sacaría nada que lo pudiese delatar. Él estuvo de acuerdo, aunque tal y como estaba, le podría haber sacado fotos a su cara de cabrón satisfecho que no le hubiese importado. N salía preciosa desde atrás, en cuclillas con ese vestido ceñido y tapando con la cabeza las enormes pollas que estaba comiendo.

De repente veo al otro Guardia Civil viniendo hacia nosotros, muy acelerado. Pensé que le habría molestado algo y nos putearían, o que se llevaría a su compañero de repente. Sin embargo, se paró en seco frente a N haciendo corrillo junto a los otros dos chicos y sacó sorpresivamente un pedazo de rabo enorme. Menudo trabuco gastaba aquél hombre entrado en años. A N le golpeó la cara al girarse hacia él y le costaba trabajo metérselo en la boca. Los otros dos lo miraron con cierta congoja.

- ¿Qué?- respondió a las miradas - Vamos que tenemos que volver a patrullar.

N ordeñaba y chupaba todo lo que podía. Desde arriba se apreciaba su escote y su cara de guarra satisfecha. No podían evitar cogerle la cabeza cada vez que su polla era elegida para meterla en su boca y le daban un par de folladas. M llevaba mucha calentura encima y fue el primero que avisó, quería descargar y quería que ella lo viera.

Pero N no quería verlo, quería sentirlo. Abrió su boca frente a M y se dejó llenar de su semen. Estaba bien cargado y los primeros chorros salieron disparados sobre su cara. La vaciada de huevos fue tal que después le molestaban un poco. Al ver el espectáculo ninguno de los guardias civiles fueron capaces de aguantar mucho más e invitaron a N a que se girase hacia ellos. Ella no supo de dónde le venían. Los de verde comenzaron a correrse casi a la vez y la llenaron de semen por todas partes. El pelo, la boca, la cara, las tetas, el vestido... nada se salvó de la ducha. El último en incorporarse expulsó una cantidad importante y unos chorros muy potentes. N estaba encantada, sin duda. Sabía que aquellos representantes de la ley, que por unos minutos se habían pasado al lado contrario, tendrían varias horas de trabajo por delante; así que se afanó especialmente en dejar sus pollas limpias y satisfechas.

- Gracias a vuestra amiguita os libráis hoy de la multa - comentó uno de ellos cerrándose la cremallera mientras bufaba de placer.

Ambos corrieron hacia las motos a paso ligero y arrancaron con celeridad perdiéndose a nuestra vista. A N no se le borraba la cara de puta viciosa contenta y M puso cara de circunstancia cuando observó que hasta él también había llegado semen de uno de los guardias.

-Os van a encantar las fotos- les dije- por cierto, que uno de los guardias se ha llevado también un regalo tuyo, M.

Volvimos al coche entre risas. N aún no se había limpiado y ya disfrutaba mirando las fotos que había hecho. M conducía de nuevo, yo me senté en el asiento del copiloto y N se quedó el asiento trasero para ella sola. Nos dirigimos al siguiente cambio de sentido, directos a nuestras vidas diarias otra vez. No sin antes disfrutar de la tremenda masturbación que N se propinaba, gimiendo con todo detalle detrás de nosotros, con las piernas bien abiertas y los talones apoyados en los asientos traseros, pensando en las pollas que había chupado, en el semen que aún tenía y en lo puta que se sentía por todo aquello. M la miraba a través del retrovisor mientras yo no me perdía detalle girándome. No necesitábamos poner la radio, ella nos daba la mejor música que nuestros oídos podían escuchar.

-Cómo me pones, zorra.

Pulsé de nuevo el botón de la cámara de fotos.

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10 octubre, 2010

Un viaje movido (3)

Aunque N. estaba abstraída del mundo y centrada en nosotros, sabía que pasaban coches, motocicletas y camiones a toda velocidad, sabía que más de un conductor y pasajero vería la escena pornográfica que estábamos protagonizando y eso la animaba y le hacía disfrutar más el momento. Los camioneros tenían mejores vistas y durante más tiempo al llevar menor velocidad y a veces nos obsequiaban con un buen bocinazo después de habernos pasado que interpretábamos como un "gracias", "me gusta" o un "seguid así".

Sin embargo, no todo iba a ser tan maravilloso y fácil. Eso pensé cuando vi aparecer las dos enormes y sonoras motos de la Guardia Civil que aminoraron hasta detenerse a unos 20 metros por delante de nosotros. Nuestra fiesta peligraba pero M. instó a N. a continuar sin dejar de embestirla.

Los representantes del orden bajaron de sus corceles mecánicos ataviados aún con el casco y gafas de sol y se acercaron libreta en mano comentando palabras inaudibles entre ellos. La tensión del momento era grande pero a N. parecía no importarle viendo que se tragaba mi polla con más ganas que antes si cabe. Viendo yo que esto parecía acabarse y sintiendo la sed de N. y las ganas que ponía en extraer mis fluidos, le concedí el placer de llenarla con el semen que tan bien se había ganado. Mi polla explotó en su boca, la saqué mientras me corría y su cara recibió el segundo chorro, y el tercero. Un cuarto volvió a caer dentro de su boca mientras recogía mi glande enrojecido con su lengua lasciva.

Sentí el gran clímax que derivó en un alivio inmenso de toda la tensión que tenía acumulada. M. reincorporó a N. y justo llegaron los agentes de la Benemérita que observaban el panorama con incredulidad. M. estaba a medio desnudar, igual que yo, con una erección considerable y la polla empapada en los fluidos de N. Ésta, a su vez, estaba completamente desnuda salvo por las sandalias y no hacía ningún esfuerzo por intentar taparse las vergüenzas ni limpiarse la cara que acababa de recibir mi caliente descarga. Por mi parte, mi erección comenzaba a remitir y lo único que deseaba era limpiarme antes de que se resecara todo aquello, pero frente a la Guardia Civil era mejor siempre ser cautos y preferí no moverme esperando sus preguntas.

-Buenos días. Documentación, por favor- saludó uno de los guardias acompañando el saludo militar - ¿Saben ustedes que esto que están haciendo ustedes es escándalo público? Y encima en mitad de la carretera. Es algo temerario.

-Tenemos los papeles en el coche- respondió M.

-Ya lo imagino viendo la poca ropa que llevan encima- comentó el otro guardia mientras se sonreía- Vístanse por favor.

Fuimos a por las carteras en el interior del coche mirándonos con caras de niños traviesos entre nosotros. Es probable que el morbo nos costara algún dinero ese día. Uno de los guardias recogió los documentos y comenzó a anotar en la libreta. El otro no podía dejar de mirar a N. desnuda, se le iban los ojos irremediablemente. No era fácil resistirse ante aquel cuerpo y aquella cara, con la belleza típica del este de Europa.

-¿Cuánto cobra?- preguntó el guardia a la chica.

-No cobro nada- respondió N.

-Es mi novia- añadió M.

-¿En serio?

-Es cierto- añadí yo.

El agente uniformado se sorprendió con aquella respuesta inesperada. Sin duda la chica y la situación estaban encendiéndolo.

-Vamos a tener que multarles por esto. ¿No hubiesen preferido un hotel?

-El hotel ya lo hemos probado más veces y esto es mejor.

Ya estábamos vestidos de nuevo esperando a que los guardias terminaran su labor mirándonos y preguntándonos qué pasaría ahora. N. se limpió la corrida de la cara ante la mirada estupefacta de ambos agentes. Recogió el semen con la mano y se lo llevó a la boca sonriente. Le pasé un pañuelo de papel para terminar con el resto.

Los motoristas de verde se apartaron hasta donde no les escuchábamos y hablaron entre ellos, hablaron sobre lo guarros que éramos, sobre lo buena que estaba N., sobre nuestra poca vergüenza, sobre la envidia que nos tenían en cierta forma. Se acercaron al momento para darnos las "recetas".

-¿Saben? Mi chica siempre me ha dicho que le gustan los hombres uniformados- Se atrevió a decir M. A mi se me encogió el corazón porque palabras como esas pueden no llevar a buen puerto.

-No estará intentando sobornarnos...

-Yo no les he pedido nada a cambio. Sólo les digo que a N. le encantaría comerse sus pollas y ésta parece una buena oportunidad... si ustedes acceden.

Se miraron entre ellos más sorprendidos si cabe. Uno de ellos cogió al otro y se apartaron de nuevo.

-¿Qué hacemos tio?

-No me jodas, Paco...

Continuará...

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03 octubre, 2010

Un viaje movido (2)

M. se estaba ya muy inquieto sabiendo lo que se cocía en el asiento de atrás y no quería perderse la fiesta. Estábamos a pocos kilómetros de la próxima estación de servicio, pero no importaba. M. pulsó el botón de luces de emergencia y aminoró hasta detener el coche en el arcén.

-Vamos a salir para que recibas ración doble- comentó M.

Era una autovía y el arcén era bastante ancho. No había mucho tráfico pero tuvimos cuidado al salir. N. salió completamente desnuda del coche, sólo con unas sandalias romanas como calzado. Yo terminé de quitarme el pantalón y salí del coche empalmadísimo en una escena quizás más cómica que morbosa. Nos situamos delante del coche en un sitio donde la visibilidad era buena desde todos los puntos de la autovía tanto en nuestro sentido como en el opuesto, por lo que prácticamente todos los que viajasen hoy por la carretera podrían vernos. M. propinó un apasionado beso a N. nada más abrazarla mientras que ésta fue de inmediato a liberar la tensión que se acumulaba bajo sus pantalones. Se agachó y bajó el pantalón de su novio, un enorme pollón casi le golpea la cara. M se apoyó en el quitamiedos mientras N. le comía la polla como nunca, en cuclillas mientras se agarraba al culo de M. con una mano y a mi polla con la otra.

-Cómo chupa tu zorra tio, me encanta- le dije.
-Buff, es la mejor- replicó.

N. se sonrió, complacida por complacer, pero sin cesar su actividad. Sus ojos claros se clavaban en los nuestros mientras la polla de M. llenaba su boca sabiendo que estábamos a su merced. Pero eso no tardaría mucho en cambiar. Se merecía algo más que un manoseo y una comida de tetas o unas caras de placer. Me agaché y pasé mi mano por su espalda mientras besaba su cuerpo. La mano bajaba por su trasero prieto y abierto. Palpé su ano y lo acaricié para después alcanzar la humedad de su coño desde atrás.

-Levántate- le dije suave al oído mientras mi dedo tiraba de su coño hacia arriba y mis labios besaban su espalda. Sus piernas se estiraron pero su boca continuó enganchada a M. Me situé detrás y clavé mi carne dentro de ella con fuerza. Ya en la primera follada mi polla se empapó de fluidos y empecé a meterla y sacarla con fuerza sujetándola por las caderas y chocándome contra su trasero.

Un rato después nos cambiamos los puestos M. y yo. Así, mientras M. follaba y embestía a N. desde atrás, yo la sujetaba del pelo evitando que se atragantara. M. comenzó a abrir el culo de N. con los dedos mientras la follaba y yo le decía guarradas. "Eres un poco puta, ¿no te parece?, follándote a dos en mitad de la carretera" o "Me gusta que seas tan zorra" eran algunas de las lindezas que le solté.

-¿Quieres follarle el culo? Ya lo tiene preparado- me dijo M.

Continuará...

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27 septiembre, 2010

Un viaje movido (1)

Él no era taxista. M. iba conduciendo por la autovía a velocidades legales, carreteras bien asfaltadas y seguras. Había algunos camiones en el camino pero no importaba, no había prisa para llegar a ningún lado, pues allí íbamos realmente. Atento a los retrovisores observaba cómo otros coches lo adelantaban por el carril izquierdo. Al mismo tiempo, por el espejo interior podía vernos sentados en el asiento de atrás. N. estaba comiéndome el cuello palpando mi pantalón mientras yo amasaba sus generosos pechos, empalmadísimo ya debido al morbo de la situación. Me encantaba estar cumpliendo una de las fantasías que los 3 teníamos. Ante la atenta mirada de M., más atenta en las rectas, su chica, N., bajaba la cremallera de mi pantalón mientras yo devoraba ahora su cuello.

Raaaac, sonó el crujido metálico de la cremallera. El botón salió de la presión y el enorme bulto alargado apareció detallado bajo el pantalón. N. me miró con mirada de ilusión y sonrisa depravada para después centrar toda su atención bajo mi ropa interior. Levanté mi culo del asiento y bajé el pantalón para estar más cómodo. Hice lo mismo con el calzoncillo pero no resultó tan fácil cuando se enganchó la tela elástica en la polla. N. me ayudó agarrando el creciente miembro sacándolo de su escondite. Comenzó a besarlo, a probarlo como si fuera un caramelo. Cogió los testículos con fuerza y estiró la piel para metérsela en la boca. Podía ver su cara de cachonda por debajo de mi polla mientras me estremecía de placer mientras M. nos llevaba en círculos a ninguna parte y tenía ojos y oídos atentos a lo que pasaba en el asiento trasero de su coche.

Mis manos no podían estar quietas. Cogí su cabello liso, suave, para acompañar el movimiento que me hacía disfrutar con cada pasada. Con la otra mano fui tirando del vestido hacia arriba, un vestido precioso, muy sexy y con muy poca tela. Fui deslizándolo hacia arriba dejando al desnudo sus piernas, su culo, espalda... Lo pasé por encima de sus tetas e interrumpí su atento trabajo para desnudarla completamente. No llevaba ropa interior, sólo su piel que no me cansaba de manosear, especialmente sus tetas, tenía los pezones muy duros y estaba seguro de que el asiento estaba manchado ya. Era una chica muy morbosa y estaba pensando en su novio, mirándonos, y en los coches que nos pasaban.

-Pfff, qué zorra es- dijo M.

-Me encanta tu pequeña chupapollas- dije asintiendo pero sin poder borrárseme la cara y la sonrisa de cabrón satisfecho.

Volví a sentarla contra el respaldo y comencé a comerle las tetas. Mojé mis dedos y palpé su coño afeitado y suave. Estaba empapada la muy zorra y apenas le había metido mano todavía. Froté su clítoris por fuera y sus labios un poco más abajo. Me encantaba sentir su coño carnoso y caliente en mi mano. Metí mis dedos dentro de ella y parecía un horno. No era capaz de soltar mi polla y seguía masturbándome con la mano llena de fluidos mientras yo trabajaba sus pezones excitados y sus tetas perfectas...

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20 julio, 2010

Un tranquilo día de playa

Verano. 12 de la mañana y ya estaba sudando como un pollo en el asador. "¿Cómo puede tardar tanto esta gente?". Habíamos quedado hacía media hora para ir a la playa y allí estaba yo como una farola en mitad de la calle, esperando y alumbrando a la gente que pasaba por delante. El sol amenazaba con cocerme bajo la camiseta y el bañador. Una gota de sudor resbaló por mi frente, rodeó la ceja y se adhirió a mis gafas de sol y mi entrecejo. Me las quité y froté la frente con la manga de la camiseta, que estaba un poco estropeada. No iba a pasar nada porque tuviese algo más de sudor.

Levanté la vista para ponerme de nuevo las gafas y allí estaba el coche echándome las luces.
-¡Al fin!
-Perdona tio, es que hemos tenido que hacer unas cosas y nos hemos retrasado.
-Venga, no pasa nada. Menos mal que te has traido unas amigas guapas- dije sonriendo.

Tomé asiento en la parte trasera, acompañando a R, a quien saludé con dos besos. Nos pusimos en marcha rápidamente, pues había gente que ya nos esperaba, en teoría, en la playa.

R era algo mayor que yo. No tenía un cuerpo 10 según los cánones de belleza, pero eso no evitaba que la deseara con intensidad. Tenía una sonrisa preciosa y coincidíamos en muchas cosas. Cada vez que nos mirábamos, me daba la impresión de que todo echaba chispas, se me aceleraba el corazón y tenía que enviar órdenes a mis manos para que se estuvieran quietas. R y yo habíamos tenido ya alguna corta historia para no olvidar. Demasiado corta probablemente, inolvidable sin duda alguna.

Llegamos a la playa y encontramos al resto de amigos. Nos saludamos y marcamos nuestro territorio en la arena. Éramos 7 en total, con lo que ocupábamos un espacio grande entre toallas, sombrillas y mochilas. Estábamos en una playa de ensueño, de arena clara y agua cristalina. Sin duda no hacía falta ir al Caribe para encontrar playas espectaculares. Nos apresuramos para echarnos crema porque queríamos refrescarnos en el agua antes que nada. Tenía la impresión de que evaporaría medio océano cuando entrase en el agua. Cubrí mi piel con la pringosa crema solar. Todos estábamos con el mismo ritual, con las mismas bromas sobre la manera de salir, o sacar, la leche protectora.

R me pidió que extendiera crema sobre su espalda. La invité a sentarse delante de mi y gustosa lo hizo, apartando también su cabello para dejarme su espalda libre. Dejé caer un chorro de crema sobre su cuello para que corriese a lo largo de su columna. Eso le provocó un estremecimiento que aplaqué con la mano al untar el gel viscoso. Pasé mis manos por toda su espalda comenzando por los hombros. Continué hacia abajo, atravesando el cordón del bikini, moviendo las manos bajo él, desde el nudo hasta el costado. Finalmente igualé la crema por su cintura y la baja espalda. Unté crema sobre su cuerpo de la manera más respetuosa que pude con mis manos, mientras invadía y violaba las leyes de la decencia con mi mente imaginativa, buscando su cuello con mi boca, queriendo abrazarla y cubrir su espalda con mi torso, palpando con manos hábiles, excitando lugares erógenos tapados por la tela del pequeño bikini. Sin duda, necesitaba llegar al agua rápidamente...

La chica me devolvió el favor y extendió la crema sobre mi espalda para evitar quemarme. Estábamos listos todos y, como una horda salvaje, nos levantamos y salimos corriendo hacia la orilla, directos al agua. Estuvimos un largo rato bañándonos, bromeando, echándonos agua, jugando con la pelota inflable, cogiéndonos y lanzándonos al agua como cuando teníamos 12 años.
Pronto quisieron irse las chicas para tumbarse sobre las toallas y tostarse al sol, liberando sus espaldas de los bikinis para evitar las marcas del bañador y poder presumir por la noche de una estupenda espalda morena. Sin embargo, a mi no me apetecía volverme aún a la toalla.

-Quédate R, me apetece seguir jugando-Mi mirada lo decía todo.
-¿A qué quieres jugar ahora?-Su miraba no dejaba lugar a dudas.
-Ven y te lo enseño.

La cogí de la mano y tiré de ella, llevándola hacia aguas más profundas. Avanzamos hasta que el agua cubría sus hombros, ella era algo más baja que yo. La orilla se veía lejana y nuestros amigos eran más pequeños en la distancia. Probablemente ya estarían comentando cosas sobre nosotros. La traje hacia mi y abracé su cintura. Mirándola a los ojos, sentía mi corazón acelerarse por momentos. Me sumergí bajo el agua sin soltarla y emergí aún más cerca de ella. Besé sus labios sin esperar a quitarme el exceso de agua. Ella abrazó mi cuello mientras nuestros cuerpos se dejaban llevar por el mar. Es increíble, inexplicable la gran diferencia que hay entre magrearse dentro del agua y fuera de ella. Existe una sensación de libertad gracias a la flotabilidad que hay que vivirla para apreciarla adecuadamente.

Mis brazos rodeaban su cintura. Bajaron hasta las braguitas y las traspasaron. Sujeté con fuerza sus nalgas y la levanté bajo el agua. Ella se abrazó a mi con sus piernas mientras yo besaba su boca, sus pechos, su cuello, mientras me impregnaba de su aroma. Notaba sus pezones erectos debido al frío del agua rozándome. Estaba poniéndome salvajemente caliente. El agua de nuestro alrededor podría hervir.

Estábamos muy apasionados y ardientes. Nuestros corazones palpitaban acelerados y casi se nos olvida que nuestros amigos estaban en la orilla mirándonos... qué morbo.

-Mira- le dije mientras cogía su mano y me la llevaba al paquete.
-¡Vaya!-

No pudo reprimir una sonrisa y la expresión de sorpresa y, al mismo tiempo, alegría. Tomé aire y me sumergí frente a ella. Levanté el top del bikini y ataqué sus tetas a ciegas mientras su culo era víctima de mis manos. Cuando emergí, R estaba mordiéndose el labio inferior y mirándome con hambre. Bajé mi bañador, liberando así mi polla erecta. Ella comenzó a pajearme y le propuse saciar su hambre. Ella asintió y volví a levantarla bajo el agua. Se abrazó a mi cuello y rebusqué hasta que pude meter mi nabo entre sus labios. El contraste de temperatura entre el exterior del mar y el interior de su cuerpo era extremo. Nos miramos aliviados y nos besamos con intensidad.

Era imposible follar en un ambiente más húmedo. Nuestros sexos se deslizaban uno contra el otro con facilidad. Nuestros cuerpos chapoteaban un poco por encima y mirábamos a veces a la orilla. Allí estaban nuestros amigos, mirándonos mientras follábamos. ¿Sabrían qué estábamos haciendo?

R se dejó caer al agua y flotaba con las manos. Sus tetas estaban extendidas, cubiertas por el bikini, mirando hacia el sol mientras yo usaba su coño de mortero. Debajo del agua es más difícil moverse y no se puede follar tan rápido, pero el movimiento lento y constante daba otro tipo de placer. Sus pezones seguían erectos y parecían querer atravesar la tela. Mi dedo pulgar frotaba en círculos el clítoris al mismo tiempo que entraba y salía de ella. Yo estaba empalmadísimo porque ella disfrutaba, jadeaba y gemía, se tocaba y me tocaba pero no estaba segura dónde quedarse. Estaba cachondísima.

Volví a traerla hacia mi y la abracé. Devoré su cuello con mis labios mientras intentaba levantarla a cada golpe de cadera. Sentía cómo el calor me subía irrefrenable y, posteriormente, volvía a bajar directo a la polla. Sentí el bombeo, cómo se llenaba la polla de semen y cómo se rociaba con fuerza dentro de ella, que me abrazó más fuerte en ese momento. Nuestras respiraciones se cortaron un instante, 4 bombeos más, un beso más largo y un alivio mutuo finalmente.

Y ahora...¿con qué cara volvemos a la orilla?

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27 febrero, 2010

Chupapollas...

Había sido muy fácil convencerme. Me prometiste placer y fui incapaz de negarme. Me dijiste que sería una sorpresa y yo quise correr el riesgo. Me dijiste que me dejara hacer y confié en tus palabras, en tu mirada pícara... sabía que algo tramabas.

En apenas 5 minutos, mi cuerpo estaba sentado sobre la tumbona, con el respaldo inclinado. Mi torso estaba desnudo, expuesto a tu mirada. Mis brazos extendidos hacia arriba, sujetos entre sí por las muñecas con un lazo suave que me impedía moverlos libremente. Al mismo tiempo, una cadena unía el lazo y la tumbona. Cuando movía los brazos, podía escuchar la cadena detrás de mi, pero apenas me dejaba algunos centímetros de libertad.

Te agachaste y desabrochaste mi pantalón. Primero el cinturón, seguido por el botón y, después, la cremallera. Lo hiciste lentamente, consciente de que estaba mirando tu altruista escote. Me miraste y me sonreíste cuando la cremallera llegó al final del camino. Mordí mi labio. Sabías que me gustaba. Bajaste mi pantalón y te deshiciste de él. Te gustaba verme en ropa interior. Llevaba un boxer elegante, blanco y negro que no disimulaba mucho el interior. Pero había algo que te gustaba aún más y era ver mi sexo directamente, sin disimulos, sin barreras a ninguno de tus sentidos. Tiraste de la tela elástica y descubriste mi carne a medio excitar.

- ¿Y tú?, ¿no te quitas nada?
- Ten paciencia


Te alejaste, directa hacia el equipo de música que había en el escritorio. Presionaste el botón de reproducir y una música animada comenzó a sonar. Tu trasero comenzó a moverse para mi. El resto de tu cuerpo lo siguió y empezaste a bailar, primero como un contoneo suave, pero poco tardaste en animar los movimientos. Te diste la vuelta y empecé a volverme loco mientras te miraba. Tu cabello largo se movía de un lado hacia el otro de tu cabeza. Cerrabas y abrías los ojos sintiendo la melodía. Tus brazos se elevaban y dejaban ver claramente tu escultural cuerpo cubierto por un vestido ligero, no ceñido, cuyas telas formaban ondulaciones sobre tu cuerpo que se movían contigo e insinuaban tus curvas.

Tus pies sobre los tacones empezaron a traer tu cuerpo hacia mi. Levantabas la falda del vestido disimuladamente... y la volvías a dejar caer. Te dabas la vuelta y seguías bailando, consciente de que mi mirada estaba clavada en ti y mi corazón estaba acelerado. Te giraste de nuevo y me miraste. Sonreíste y cogiste el vestido por tu pecho, tirando hacia arriba y de nuevo dejándolo donde estaba. Mi sexo, que yacía entre mis piernas triste hace unos momentos, empezó a alegrarse y a subir como una serpiente frente al encantador. Sentí un bombeo de sangre y mi polla dio una subida. Otro bombeo y volvió a subir un poco más. No estaba erecta, pero no se caía.

Fue entonces cuando llegaste a mi. Llevaste tu mano directamente a ella y la aplastaste contra mi abdomen.

- ¿Qué vamos a hacer con esto? - me preguntaste mientras te acercabas a mi cara.

Entonces deslizaste la mano hacia abajo, a lo largo de la tranca hasta sujetar mis rapados y suaves huevos. Los amasaste un poco y me cortaste la respiración. Mi pelvis se movía involuntariamente y yo no podía pensar mucho. Pasaste la pierna sobre la tumbona y ahí de pie, como una diosa sobre su adorador, deslizaste el vestido suavemente sobre tu piel hasta hacerlo pasar completamente por encima de tu cabeza. Tus piernas, tu tanga, tu cintura, tus pechos desnudos... todo tu tentador cuerpo estaba frente a mi sin tocarme y quería lanzarme a por él. Pero la cadena sonó y el lazo me impidió alzar mis manos hacia ti. Me retorcí impotente mientras agachabas tu cuerpo en un alarde de flexibilidad y besaste mi pecho mientras tus piernas seguían rectas sobre los tacones.

- Mmmmmm, suéltame nena.

Me sonreíste y me giraste la cabeza de un lado a otro. Aún no, pero yo ya estaba nervioso y deseoso. La música seguía sonando y con ella te alejaste sin salir de mi rango de visión. Me diste la espalda y te agachaste de nuevo con tus esbeltas piernas sin doblar. Tu hermoso tanga ornamentado bajó por tus glúteos, muslos y gemelos. Veía un ligero brillo en tu vulva y pensé en lo bien que estaría yo ahí dentro. Bajaste de tus tacones y te acercaste agresiva hacia mi. Te subiste a la tumbona y te pusiste a horcajadas sobre mi. Te sentaste sobre mi polla, aplastándola entre tu coño y mi abdomen y empezaste a moverte de arriba hacia abajo, pajeándome con tu raja mojada. Me pusiste el tanga recién quitado en la cara y estuve obligado a aspirar tu olor, aroma de zorra cachonda. Me estaba volviendo loco.

Te diste la vuelta y, en la misma postura, continuaste con la masturbación. Esta vez veía cómo tu increíble trasero se acercaba y se alejaba de mi vista en el movimiento. Deseaba cogerlo, agarrarlo y apretarlo. Lo quería para mi. Quería cogerte por la cintura, clavarte la polla y hacerte gemir. Pero algo me decía que hoy no sería así. Seguramente era la cadenita, que sonaba con cada movimiento, cada vez que me retorcía de puro deseo.

Te levantaste y, esta vez a cuatro patas, anduviste hacia mi como una gata hambrienta. Besaste mis labios, mi cuello. Bajaste a mi pecho, a mi vientre. Seguiste bajando, rodeando el miembro que se sostenía por su propia fuerza. Tus labios y tu boca estaban sobre mis huevos. Jugabas con ellos a placer y los escalofríos unidos a movimientos involuntarios eran inevitables. Me mirabas por detrás de mi polla, mientras subías por el tronco de la misma, utilizando tu lengua conmigo. Llegaste al glande y besaste la enrojecida punta brillante. El falo desapareció poco a poco entre tus fauces felinas y una sensación de calor e inmenso placer se apropiaron de mi cuerpo.

Estuviste un largo rato subiendo y bajando. A veces te quedabas arriba, jugando conmigo. A veces te quedabas abajo y pensé que te ahogabas. A veces te ponías de lado y veía cómo te entraba toda mi carne en la boquita, para después sentir tu mirada clavada en mi cuando me la comías de canto. Tu mirada satisfecha de verme en trance, en otro mundo fuera de la realidad disfrutando por ti. Tu mano sujetaba la base de mi rabo y tu boca lo llenaba de saliva y caliente placer. Te balanceabas sobre mi para que tus pechos golpearan mi polla, que rebotaba y de nuevo volvía a estar firme. Después eras tú misma la que azotaba tus tetas o tus labios usando mi polla como castigador. Después volvías a devorarla, insaciable.

- Joder, me quiero correr, mmmmm.
- Todavía no.


Soporté las ganas. No sé cómo, pero lo hice. Sus manos extendía la saliva por mi polla y mi vientre. La saliva se mezclaba con líquido preseminal que visiblemente emergía por mi agujero.

- Me encanta tenerte así de duro para mi.
- Y a mi que seas tan zorrita y tan chupapollas.
- ¿Qué me has llamado?
- Chupapollas.


Su mano bajó hasta la base del falo y su boca trabajó rápidamente sobre el venoso miembro. La lengua era una máquina de lamer. Mi respiración estaba entrecortada y mis quejidos eran inevitables. No podía aguantar más.

- Me voy, me voy a...

Sacó mi polla de su boca justo cuando el semen comenzó a brotar de ella. Apuntó mi arma hacia mi y los chorros blancos y espesos cayeron sobre mi pecho y vientre, llenándome con mi propia sustancia mientras ella no dejaba de observar esa fuente de leche que aún sujetaba y frotaba fuerte entre las manos. Su mirada era la de una niña divertida, traviesa e ilusionada. Complacida. Apretó la base de mi polla y subió la mano lentamente, de forma que no quedara nada dentro. Besó y lamió esas últimas gotas, para después lamer mi cuerpo cubierto de semen caliente y blanco. Me restregó el semen con las manos y después restregó todo su cuerpo contra el mio, bañándose en él, besándome con sus labios aún sucios de placer.

Me lo había hecho pasar muy mal, pero deseaba que lo repitiera todas las veces que quisiera.

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06 enero, 2010

Confesiones

-Ave María purísima.

-Sin pecado concebida.

-Padre, vengo a pedir confesión.

-Cuéntame hija, pues tengo los oídos abiertos y, con ellos, Dios te escucha.

-Verá Padre, llevo mucho tiempo sin tomar confesión, dos años por lo menos.

El religioso observó tras la rejilla de madera. Una mujer joven, de cabello oscuro y bien vestida podía advertirse en las sombras.

-En estos dos años, he cometido muchos pecados. Tantos que no puedo recordarlos todos. He intentado hacer un examen de conciencia y apenas llego a la mitad. Cambié los rezos nocturnos antes de acostarme por la diversión y las borracheras. Conocí a personas que nunca hablan con Dios y me guiaron por caminos desconocidos. Esos caminos, Padre, me atrajeron. Deseé más y más. No me conformaba con una copa de vino o un solo hombre. Conocí formas de pecar que no conocía antes. Fui tentada y no tuve la fuerza o la voluntad de negarme.

Padre, aún recuerdo cuando iba al colegio con un polo y una falda impolutos y una coleta recogida y las monjas me enseñaban cómo debía comportarme. Me pregunto cómo me transformé, cuándo ocurrió. Me pregunto si me convertí en una mujer impura poco a poco o si tuve el mal siempre latente en mi interior y algo lo ha desencadenado.

El hombre escuchaba atento. Se dio cuenta de que aquella mujer buscaba algo más profundo que una confesión, buscaba una reflexión, un camino correcto. Era la oveja negra que buscaba de nuevo a su rebaño y él era el pastor adecuado.

-Hija, ¿cuáles han sido tus faltas?

-Padre, todo empezó cuando terminé en el colegio de monjas. Empecé a ir a lugares donde compartía clases con chicos. Aquellos chicos tenían un magnetismo que no podía frenar y deseaba continuamente estar en privado con ellos. Comprendí qué era la tentación en toda su plenitud, más allá de un simple capricho. La curiosidad mató al gato, dicen, y yo fui asesinada por mi curiosidad. Acuchillada, cosida a puñaladas de carne que se clavaban en mi con vigor y me hacían desearlas más, más fuertes y en mayor cantidad. Conocí a todos los chicos de mi clase antes de que acabara aquél curso, Padre.

-¿Te refieres a conocer en sentido bíblico?

-Sí, Padre. Aquello me gustó padre, me gustó y me hizo sentirme sucia, por dentro y por fuera. Dejé de ir a misa en busca de la palabra de Dios y comencé a ir a los bares en busca de los labios de los hombres, de sus cuerpos y sus miembros. Me dejé llevar sin control, los pensamientos impuros inundaban mi cabeza a todas horas, en clase, en la calle, en casa, en las tiendas... Incluso estando ahora así, de rodillas frente a usted, frente a Dios... recuerdo haber cometido actos impuros en esta misma posición.

Aquel hombre de fe escuchaba con atención todas aquellas palabras infernales en su cabina de madera centenaria y oscura. Pensó que tenía frente a sí un difícil caso. ¿Cómo perdonar tanto pecado? Desde el punto de vista terrenal parecía imposible; pero Dios es todopoderoso y misericordioso con sus hijos. Puede perdonar todos esos pecados de carne de esta mujer desdichada, pero pobres de aquellos chicos que también habían caído en la tentación y no habían tenido confesión, pues caerán a las llamas del infierno.

-Padre, me da vergüenza decirlo...

-Hija, no tengas miedo. Dios te perdonará. No tengas vergüenza en confesar, pues él ya te ha visto.

-Padre, no vine a confesarme exactamente. Vine a pedirle ayuda. No puedo dejar esta vida sola. Le digo a usted mis pecados y el mero hecho de recordarlos... me tienta de nuevo al pecado. Padre, siento la tentación en mi interior, ahora mismo.

La gruesa y oscura rejilla no dejaba ver bien, pero aquella mujer pecadora estaba nerviosa. Tapaba con su pelo y un pañuelo, cogido con la mano, parte de su cara por temer ser descubierta. Si fuese una mujer recatada y formal, habría tenido ambas manos a la vista para cubrirse con ellas. Pero sólo una estaba visible, pues la otra estaba calmando su tentación bajo la cintura, bajo la ropa de mujer de bien que llevaba aquél día. Pecaba sobre suelo sagrado, frente a un hombre sagrado, frente a la mirada de Dios sin poder evitarlo. Estaba endiabladamente excitada, pues era el mismo Satán quien movía sus dedos sobre el sexo palpitante, caliente y húmedo. Podía notar cómo sus dedos eran llevados por una fuerza desconocida y dominante de su voluntad.

-Pero hija, ¡qué me cuentas! Estamos en la casa de Dios. ¡Cálmate por Dios!

Cura desde hacía 13 años, también había sido joven cordero descarriado. Conocía las armas de Lucifer y sabía que un hombre debía ser muy fuerte para evitar ser herido por ellas. Y él era débil, débil como la mayoría de los hombres. Su fe era enorme y pura y su corazón generoso y bueno, pero su debilidad era grande, tan grande como su fe y tan grande como su virilidad, erguida a través de la cremallera de su pantalón, a través de su negra sotana.
Aprovechando la privacidad que ofrecía el confesionario, con la cortina echada y la oscuridad tras la rejilla, el hipócrita había sido sorprendido por aquellas palabras lujuriosas en su oído mientras practicaba su propia lujuria. Y no temía dar confesión a aquella chica, sino ser descubierto en pecado por ella, pues se había excitado tremendamente al oir aquello mientras frotaba el turgente miembro que Dios le había dado y había notado su voz temblorosa.

-Padre, aquí de rodillas, sometida, estoy deseando sentir la virilidad fuerte de un hombre, incontenida. No sabe usted qué cosas he hecho, no sabe hasta qué punto lo estoy deseando.

La mujer estaba apoyada sobre la madera. Disimuladamente frotaba sus pechos sobre el apoyo para sentir el fuego de sus aureolas y la dureza de sus pezones al rozar. Su corazón, su dedo, tocaba el interior del coño húmedo y se movía hacia la vulva, ofreciéndole un placer inmenso al frotar al mismo tiempo el clítoris y la vagina. El primero palpitaba, lleno de sangre y duro; la segunda se movía hambrienta, necesitada de carne. Un segundo dedo, el anular, se unió al insulto a lo sacro. Su boca deseaba carne, deseaba polla caliente, necesitaba el calor húmedo de un hombre atravesando sus labios lascivos.

-Hija, cuéntamelo, pues así sabré calcular una penitencia adecuada a tanto pecado.

La mano se movía hacia arriba y hacia abajo, recorriendo la polla turgente y de punta húmeda. Como buen hombre de Dios, éste lo había dotado con una buena cantidad de centímetros, una gran distancia para la mano, un gran miembro capaz de atragantar a mujeres como aquella, devoradoras de carne y sedientas de leche. El hombre imaginaba todo aquello que la mujer contaba: aquella vez que utilizó hortalizas y diversos objetos, aquella vez que devoró a dos hombres durante el coito con un tercero, aquella vez que fue desvirgada por el sitio prohibido, aquella vez que cayó en el pecado de la homosexualidad... Todas aquellas veces que probó y quiso repetir; y repitió.

La mujer sintió el placer inmenso del orgasmo, follada por sus recuerdos, por la voz del religioso, follada por su mente como si hubiese sido follada por el mismo Dios. O el mismo Satán. Casi se cae por tambalearse sobre el acolchado donde sus rodillas estaban apoyadas. Con una mezcla de sentimientos, de placer y arrepentimiento, quiso dar por terminada su confesión. Daba igual qué dijera el cura, pues ella sabía que iría al infierno por muchas confesiones que hiciese. La tentación era muy grande y ella caía una y otra vez, y otra. Arrepentida de verdad, sucia y pecadora, pero con una satisfacción tan grande que volvería a dejarse caer cuando pudiera.

-Hija, muchos y muy graves son tus pecados. Hay mucha impureza que limpiar en tu cuerpo. Reza 4 Avemarías y 4 Padrenuestros, vuelve al rezo antes de dormir y vuelve a la misa del domingo. Deja el camino ancho y fácil y vuelve de nuevo al camino de Dios, que es duro y estrecho, pero te llevará al cielo, tenlo por seguro. Dios te perdonará.

Más hubiera tenido que limpiar su cuerpo impuro si hubiera estado delante de él cuando descargó su blanca e inmaculada corrida, insultante y blasfema hacia Dios, abundante por la falta de hábito. El religioso limpiaba su ropa al mismo tiempo que limpiaba la impureza de aquella mujer. Aún excitado, pensó que esta noche tendría una larga conversación íntima con el Supremo; pero también deseó que aquella mujer tuviera pronto nuevos pecados que confesar.

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