29 noviembre, 2023

De paseo por la ciudad

 El otoño estaba avanzado. Las horas de sol eran cada vez menos, pero eso no era impedimento para seguir saliendo a la calle y disfrutando de la compañía de los amigos. Las calles eran iluminadas por las farolas y las luces navideñas que, aun quedando casi un mes para las celebraciones familiares, empezaban a surgir en comercios y barrios. Aun así, las calles durante la semana tampoco estaban tan pobladas a partir de cierta hora, especialmente los días que chispeaba un poco; o cuando hacía un poco más de viento. Sin embargo, por motivos de cuadrante laboral, ese martes era día libre para Lucía y no había desaprovechado la oportunidad de salir con unas amigas.


Lucía era una chica muy normal en muchos aspectos. Era mona de cara y su cuerpo menudo tenía unas curvas bien definidas. Cuando se juntaba con sus amigas, no era la que más destacaba, pero destacaba sin duda. Acostumbraba a llevar suntuosos escotes, ayudada por su generosa genética y un gusto a caballo entre lo clásico y lo atrevido. Aquella tarde apreció numerosas y poco discretas miradas por parte de más de un camarero, quienes no podían más que desear entrar en la gruta formada por sus dos pechos, y besarla, cuando no lamerla.


La tarde había sido entretenida, pero las amigas de Lucía tenían horarios de oficina y trabajaban al día siguiente, así que todas se recogieron y a Lucía se le hizo corta. Le faltó alargar la tarde, cenar en la calle, tomarse unos vinos después de la cena e ir a una de las discotecas de referencia para bailar un rato entre las miradas de los hombres que suelen poblar esos lugares, que se creen lobos y no saben que se convierten en los corderitos en cuanto cruzan palabras con ella. Lo cierto es que tampoco había mucho ambiente, así que no le pareció mal volverse pronto, pero eso no quitaba que su cuerpo le pidiera fiesta.


“Quizás cuando llegue a casa...” pensaba durante el camino de vuelta. Lucía era normal en muchos aspectos, pero no lo era tanto en otros. Frecuentaba algunos sitios web en los que fácilmente podría localizar a alguien con quien tener una conversación entretenida y subida de tono, y aliviar su necesidad de fiesta con alguno de sus juguetes favoritos. O, si la compañía no era la adecuada, podría ver algún vídeo de uno de sus actores eróticos fetiche. A veces le apetecían los vigorosos con aspecto de animal, mientras que otras veces prefería cuerpos más normales o delgados. Había algunos actores bien armados que seguía en redes sociales no aptas para menores de edad, y siempre tenían algo interesante que ofrecer en noches como aquella.


No era excesivamente tarde, pero la calle estaba oscura por el temprano anochecer de aquella época del año. También estaba solitaria, puesto que el clima había estado algo inestable. Amenazaba lluvia ligera, aunque no terminaba de llegar. El ambiente era fresco junto al gran parque que atravesaba. El sonido de los tacones medianos acompañaba su caminar cuando escuchó algo extraño que le llamó la atención. Sabía que en ese parque a veces se echaban a dormir mendigos por la noche, y pensó que quizás sería uno de ellos. Sin embargo, el sonido le recordó a algo más bien… excitante. No pudo contener su curiosidad y miró, un poco de soslayo al principio, pero con descaro y sorpresa después.


En uno de los bancos del parque, un poco escondido y arrinconado, una pareja se encontraba compartiendo un momento de intimidad. Lucía se escondió un poco para que no le vieran, pero siguió mirando con lujuriosa curiosidad, la misma que le hacía conectarse a veces a ese tipo de sitios web. Pero ver algo así en directo era mucho mejor.


El chico se encontraba sentado en el banco y con las piernas bien abiertas, todo lo que le permitía el pantalón. Por debajo de su fornido torso, la melena de una chica no dejaba de moverse hacia arriba y hacia abajo. En ocasiones, el felatorio movimiento cambiaba de sentido. Desde donde estaba Lucía no podía verse todo el detalle, pero era buena mamadora y sabía cuándo una chica, desde esa posición, estaba llenándose la boca con polla, con los huevos, o pretendía mirar a la cara de su compañero. Claramente, aquella desconocida estaba exhibiendo todo un arsenal de habilidades. La chupadora se encontraba frente a él, de rodillas sobre lo que seguramente sería el abrigo del chico, con las medias por debajo de la falda y una de sus manos moviéndose nerviosa.


El sonido que alertó a Lucía fueron los quejidos y gemidos del chico que, intentando contenerse, en ocasiones cortas se rendía ante la habilidosa compañera. No podía dejar de mirar, pero no quería que la descubrieran y asustarlos. Entró discretamente en el parque y se colocó en un lugar en que podría ver de manera más escondida. Envidiaba a aquella chica, atrevida y gozosa que estaba llenando su boca y su ego con aquella polla tersa y gorda que a veces dejaba ver, cuando la sacaba de su boca para darle largas lamidas desde los cojones hasta la punta, para volver a metérsela en la boca y hacer una garganta profunda a aquel suertudo macho. Él la acariciaba mientras su rostro delataba a la vez cariño y lascivia. Estaba disfrutando de cada beso voraz, de cada lamida pringosa. A su vez, a ella a veces le temblaban los muslos en una demostración de eficacia multitarea.


Lucía estaba excitadísima. Notaba como sus bragas se habían mojado al pasar los dedos sobre ellas. “Podría masturbarme aquí mismo viendo esta escena” pensaba. Miró a su alrededor y no vio a nadie más. Deslizó sus dedos bajo el tejido de encaje y acarició la vulva, que en ese momento la tenía con vello suave y corto. Vello que pringó rápidamente al introducir sus dedos en la vagina y sacarlos, extendiendo su flujo todo alrededor mientras se masajeaba el sexo en plena escalada de excitación.


Deseaba salir de allí, presentarse a la pareja y montar la cara de aquel hombre para llenarla con sus jugos; pedirle a la chica compartir aquel pollón y darle un masaje a dos bocas; subirse a horcajadas y montar la cabalgadura mientras la otra chica le comía el culo… se le ocurrían tantas ideas cerdas que ponía más cachonda cada vez. Sin embargo, no sabía realmente cómo podrían reaccionar. “¿Y si a esa chica no le gusta compartir su chico? ¿Y si no le gusto al chico? ¿Y si les corto el rollo?” Dejó de pensar en aquellas ideas y volvió a centrarse en la película porno que estaba viviendo en directo. Se abría la raja, que ya tenía las bragas apartadas, y se frotaba hacia delante y hacia atrás para sentir el tacto más directo contra su clítoris, buscando un rápido orgasmo.


Fue entonces cuando vio que el chico tenía un móvil en una de sus manos, ¡con el que estaba grabándola a ella! El movimiento de vaivén vertical de aquella desconocida se hizo más rápido e intenso. Tenía la manguera de carne agarrada fuerte y estirada contra los huevos mientras atropellaba y martilleaba su garganta con la punta gorda. El chico empezó a retorcerse mientras controlaba el celular, hasta que los movimientos amplios y lentos se convirtieron en un rápido temblor. La chica tenía la polla bien clavada en la garganta mientras se llenaba la boca de él. Lucía empezó a imaginar la sensación, recordando alguna de las memorables mamadas que había hecho. Pensó en esos chorros iniciales de semen que te sorprenden, en el calor y la textura, en el masaje de la lengua y el tacto de todo el conjunto cuando ya tienes la boca llena y no sabes qué hacer con tanto esperma.


El chico sonrió ampliamente mientras seguía grabándola. Parece que ella exhibió el contenido para la cámara justo antes de correrse, fruto de su excitante labor auto-amatoria, y de tragar el jugo extraído. “Joder, esto le va a encantar a tu marido”, dijo de forma audible para Lucía, a quien le sobrevino un orgasmo de manera súbita e imparable, haciéndola temblar y casi perder el equilibrio. Al escuchar el ruido que Lucía provocó, la pareja se puso nerviosa y, rápidamente, se levantaron y salieron a paso ligero en la dirección contraria, mientras intentaban adecentar sus ropas de manera forzada. Miraron atrás, pero no vieron a nadie, y se perdieron entre los caminos oscuros del parque.


Lucía se quedó un poco traspuesta, pero no tardó en recuperarse al recordar que estaba en plena calle y se acababa de comportar como una auténtica golfa. “Quizás no tanto como esa pareja” pensó, pero desde luego era la primera vez que se masturbaba en la calle y le había gustado todo, lo que vio, lo que escuchó y lo que sintió. Pero había algo que no le gustó, y es que… “Joder, ¡ahora sí que necesito una buena fiesta!”

-FIN-

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