07 agosto, 2006

Dedicado a Aída

Era un cómodo sofá, espacioso y no demasiado blando, pero tampoco demasiado duro. Aunque mi atención se centraba en la suavidad de sus labios. El contacto de mis labios sobre los suyos era ardiente, pero no violento. Nuestras lenguas jugueteaban como colegiales. Iban de un lado para otro, daban vueltas y se movían hacia delante y hacia atrás. Yo empujaba y ella cedía; ella empujaba y yo cedía. Yo lamía sus labios y ella mordía los mios con suavidad.

Deslicé mis manos bajo su camiseta y acaricié su cintura. Era de piel de melocotón, suave y agradable al tacto. Notaba el calor que desprendía su cuerpo al acariciar su piel. Bajé mi derecha hacia abajo, para notar sus hermosos muslos bajo el pantalón. Apretaba ligeramente su carne mientras ella me cogía la cabeza para que no nos separaramos. Palpé sus nalgas, generosas y de suaves curvas. Las apreté y las acerqué hacia mi, a la vez que la incitaba a recostarse sobre el sofá.

Se tumbó completamente. Yo me situé junto a ella y la abracé con mi izquierda, apretando su cuerpo hacia mi. Nuestros labios eran como imanes, siempre juntos fuertemente. Imanes, pero suaves y esponjosos; dulces, calientes y húmedos, que no paran de agitarse y empujarse mutuamente. Sus pechos hacían presión sobre mi, al igual que mi bajo vientre lo hacía sobre ella. Agarré su nalga de nuevo y la apreté contra mi, para que pudiera notar mi erección con mayor claridad. El calor y la excitación del momento se apoderaba de cada uno de nosotros. Teníamos el pulso acelerado, la piel caliente y los labios muy húmedos.

Deslicé mi mano bajo su camiseta, buscando el cierre del sujetador. Conseguí liberar sus pechos de tales aprietes. Ella buscó el botón de mi pantalón, que desabrochó sin dificultad. Seguidamente bajó mi cremallera. Nos miramos mutuamente, a los ojos, con lujuria y pasión, con ganas de unirnos en un solo ser. Introdujo su delicada mano bajo mi ropa interior; noté cómo la deslizaba a través de mi vello recortado y cómo palpó mi falo y lo agarró después, duro y erecto, algo húmedo, y comenzó a frotarlo un poco. Yo busqué el botón de su pantalón. Lo desabroché, al igual que su cremallera. Mi pulso aumentó debido a su trabajo manual. Deslicé mi mano bajo sus braguitas e igualmente noté su suave vello. La introduje un poco más, hasta notar la pequeña hendidura que indicaba que su rajita estaba ahí al lado. Froté suave, con formas circulares, su ya húmedo coñito.
Nuestra atención ya no estaba en el calor y humedad de nuestros labios, sino en el calor y humedad de nuestros miembros, en nuestras manos. Nuestro pulso subía a cada movimiento, cada agitación o caricia.

Retiré mi mano con cuidado de aquel sitio tan cómodo. Cogí la suya y le incité a retirarla. Nos miramos con complicidad. Nos levantamos y retiramos nuestra ropa de nuestro cuerpo. Yo tenía el pene claramente erecto. Sus pezones indicaban también una clara excitación. No seguimos más por las ramas. Nuestros cuerpos se deseaban. Nuestro nervio quería apaciguarse y nosotros nos deseabamos, no podíamos alargarlo más.

Volvió a tumbarse en el sofá. Me situé en frente de ella de rodillas, abrí sus piernas ligeramente e introduje mi cuerpo entre ellas. Me tumbé sobre ella y la besé con la misma pasión que antes. Mi falo estaba entre ambos cuerpos, sobre su coñito, sobre su clítoris excitado. Me retiré hacia abajo ligeramente. Besé y mordí su cuello mientras ella abrazaba mi cuerpo. Situé mi glande en su húmeda entrada. Entonces, con una velocidad moderada, introduje mi excitado falo en ella. Ambos exclamamos una expresión de placer. Ahora eramos un cuerpo que sólo quería disfrutar de ese momento.

Poco a poco, sacaba mi pene de su cómodo escondite, para volver a introducirlo, hasta que físicamente no pudiera entrar más. Repetía el proceso, constante e insistentemente. Ella abrazaba mi cuerpo con sus brazos, acariciaba mi espalda, arañaba mi piel. Yo besaba sus labios, excitados, húmedos y entreabiertos, debido a la situación de placer intenso que ambos experimentabamos.

Subió sus brazos y agarró con sus manos el brazo del sofá. Yo me incorporé un poco y pasé un brazo por debajo de su cintura, mientras me apoyaba en el otro. Continué penetrando, saliendo y entrando, lubricado e intenso, apretando fuerte al final del camino, para que nuestros vellos se juntaran.
Comenzaban a aflorar las primeras gotas de sudor, el ambiente estaba muy caliente. La intensidad del momento aumentaba incesante y el placer se reflejaba en nuestros rostros. Bajé junto a ella. Uní mi cuerpo al suyo y mordí su cuello. Ella me abrazó muy fuerte. Yo pasé mi derecha bajo su cuerpo y apreté su nalga, mientras me apoyaba en la izquierda y continuaba penetrando. Mi pene había aumentado de tamaño, ahora era más grueso, pues estaba muy excitado. Ella notó el cambio, se retorcía, jadeaba muy fuerte y me animaba a continuar con mi movimiento. Yo accedí, por supuesto, y aumenté la marcha del vaivén. Ahora terminaba igual de fuerte, pero me movía más rápido. Teníamos que agarrarnos fuerte, para sentir el máximo placer, para tener la mayor unión y sentirnos en lo más profundo.

Entonces, en mitad del frenesí de calor y placer, ella me apretó la carne, me clavó las uñas y miró hacia arriba, exclamando una voz vacía y cortando su respiración. No me miraba a mi, sino al cielo, pues había llegado a él y se sentía mejor que nunca.
Yo volví a notar los nervios, el temblor, el pulso palpitando, las hormonas viajando a través de mi y mi fluído cambiando de dueño en ese último empuje y con la percepción perfecta y exacta de los receptores de estímulos en mi glande.

Besos guapisima ;)

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