20 julio, 2010

Un tranquilo día de playa

Verano. 12 de la mañana y ya estaba sudando como un pollo en el asador. "¿Cómo puede tardar tanto esta gente?". Habíamos quedado hacía media hora para ir a la playa y allí estaba yo como una farola en mitad de la calle, esperando y alumbrando a la gente que pasaba por delante. El sol amenazaba con cocerme bajo la camiseta y el bañador. Una gota de sudor resbaló por mi frente, rodeó la ceja y se adhirió a mis gafas de sol y mi entrecejo. Me las quité y froté la frente con la manga de la camiseta, que estaba un poco estropeada. No iba a pasar nada porque tuviese algo más de sudor.

Levanté la vista para ponerme de nuevo las gafas y allí estaba el coche echándome las luces.
-¡Al fin!
-Perdona tio, es que hemos tenido que hacer unas cosas y nos hemos retrasado.
-Venga, no pasa nada. Menos mal que te has traido unas amigas guapas- dije sonriendo.

Tomé asiento en la parte trasera, acompañando a R, a quien saludé con dos besos. Nos pusimos en marcha rápidamente, pues había gente que ya nos esperaba, en teoría, en la playa.

R era algo mayor que yo. No tenía un cuerpo 10 según los cánones de belleza, pero eso no evitaba que la deseara con intensidad. Tenía una sonrisa preciosa y coincidíamos en muchas cosas. Cada vez que nos mirábamos, me daba la impresión de que todo echaba chispas, se me aceleraba el corazón y tenía que enviar órdenes a mis manos para que se estuvieran quietas. R y yo habíamos tenido ya alguna corta historia para no olvidar. Demasiado corta probablemente, inolvidable sin duda alguna.

Llegamos a la playa y encontramos al resto de amigos. Nos saludamos y marcamos nuestro territorio en la arena. Éramos 7 en total, con lo que ocupábamos un espacio grande entre toallas, sombrillas y mochilas. Estábamos en una playa de ensueño, de arena clara y agua cristalina. Sin duda no hacía falta ir al Caribe para encontrar playas espectaculares. Nos apresuramos para echarnos crema porque queríamos refrescarnos en el agua antes que nada. Tenía la impresión de que evaporaría medio océano cuando entrase en el agua. Cubrí mi piel con la pringosa crema solar. Todos estábamos con el mismo ritual, con las mismas bromas sobre la manera de salir, o sacar, la leche protectora.

R me pidió que extendiera crema sobre su espalda. La invité a sentarse delante de mi y gustosa lo hizo, apartando también su cabello para dejarme su espalda libre. Dejé caer un chorro de crema sobre su cuello para que corriese a lo largo de su columna. Eso le provocó un estremecimiento que aplaqué con la mano al untar el gel viscoso. Pasé mis manos por toda su espalda comenzando por los hombros. Continué hacia abajo, atravesando el cordón del bikini, moviendo las manos bajo él, desde el nudo hasta el costado. Finalmente igualé la crema por su cintura y la baja espalda. Unté crema sobre su cuerpo de la manera más respetuosa que pude con mis manos, mientras invadía y violaba las leyes de la decencia con mi mente imaginativa, buscando su cuello con mi boca, queriendo abrazarla y cubrir su espalda con mi torso, palpando con manos hábiles, excitando lugares erógenos tapados por la tela del pequeño bikini. Sin duda, necesitaba llegar al agua rápidamente...

La chica me devolvió el favor y extendió la crema sobre mi espalda para evitar quemarme. Estábamos listos todos y, como una horda salvaje, nos levantamos y salimos corriendo hacia la orilla, directos al agua. Estuvimos un largo rato bañándonos, bromeando, echándonos agua, jugando con la pelota inflable, cogiéndonos y lanzándonos al agua como cuando teníamos 12 años.
Pronto quisieron irse las chicas para tumbarse sobre las toallas y tostarse al sol, liberando sus espaldas de los bikinis para evitar las marcas del bañador y poder presumir por la noche de una estupenda espalda morena. Sin embargo, a mi no me apetecía volverme aún a la toalla.

-Quédate R, me apetece seguir jugando-Mi mirada lo decía todo.
-¿A qué quieres jugar ahora?-Su miraba no dejaba lugar a dudas.
-Ven y te lo enseño.

La cogí de la mano y tiré de ella, llevándola hacia aguas más profundas. Avanzamos hasta que el agua cubría sus hombros, ella era algo más baja que yo. La orilla se veía lejana y nuestros amigos eran más pequeños en la distancia. Probablemente ya estarían comentando cosas sobre nosotros. La traje hacia mi y abracé su cintura. Mirándola a los ojos, sentía mi corazón acelerarse por momentos. Me sumergí bajo el agua sin soltarla y emergí aún más cerca de ella. Besé sus labios sin esperar a quitarme el exceso de agua. Ella abrazó mi cuello mientras nuestros cuerpos se dejaban llevar por el mar. Es increíble, inexplicable la gran diferencia que hay entre magrearse dentro del agua y fuera de ella. Existe una sensación de libertad gracias a la flotabilidad que hay que vivirla para apreciarla adecuadamente.

Mis brazos rodeaban su cintura. Bajaron hasta las braguitas y las traspasaron. Sujeté con fuerza sus nalgas y la levanté bajo el agua. Ella se abrazó a mi con sus piernas mientras yo besaba su boca, sus pechos, su cuello, mientras me impregnaba de su aroma. Notaba sus pezones erectos debido al frío del agua rozándome. Estaba poniéndome salvajemente caliente. El agua de nuestro alrededor podría hervir.

Estábamos muy apasionados y ardientes. Nuestros corazones palpitaban acelerados y casi se nos olvida que nuestros amigos estaban en la orilla mirándonos... qué morbo.

-Mira- le dije mientras cogía su mano y me la llevaba al paquete.
-¡Vaya!-

No pudo reprimir una sonrisa y la expresión de sorpresa y, al mismo tiempo, alegría. Tomé aire y me sumergí frente a ella. Levanté el top del bikini y ataqué sus tetas a ciegas mientras su culo era víctima de mis manos. Cuando emergí, R estaba mordiéndose el labio inferior y mirándome con hambre. Bajé mi bañador, liberando así mi polla erecta. Ella comenzó a pajearme y le propuse saciar su hambre. Ella asintió y volví a levantarla bajo el agua. Se abrazó a mi cuello y rebusqué hasta que pude meter mi nabo entre sus labios. El contraste de temperatura entre el exterior del mar y el interior de su cuerpo era extremo. Nos miramos aliviados y nos besamos con intensidad.

Era imposible follar en un ambiente más húmedo. Nuestros sexos se deslizaban uno contra el otro con facilidad. Nuestros cuerpos chapoteaban un poco por encima y mirábamos a veces a la orilla. Allí estaban nuestros amigos, mirándonos mientras follábamos. ¿Sabrían qué estábamos haciendo?

R se dejó caer al agua y flotaba con las manos. Sus tetas estaban extendidas, cubiertas por el bikini, mirando hacia el sol mientras yo usaba su coño de mortero. Debajo del agua es más difícil moverse y no se puede follar tan rápido, pero el movimiento lento y constante daba otro tipo de placer. Sus pezones seguían erectos y parecían querer atravesar la tela. Mi dedo pulgar frotaba en círculos el clítoris al mismo tiempo que entraba y salía de ella. Yo estaba empalmadísimo porque ella disfrutaba, jadeaba y gemía, se tocaba y me tocaba pero no estaba segura dónde quedarse. Estaba cachondísima.

Volví a traerla hacia mi y la abracé. Devoré su cuello con mis labios mientras intentaba levantarla a cada golpe de cadera. Sentía cómo el calor me subía irrefrenable y, posteriormente, volvía a bajar directo a la polla. Sentí el bombeo, cómo se llenaba la polla de semen y cómo se rociaba con fuerza dentro de ella, que me abrazó más fuerte en ese momento. Nuestras respiraciones se cortaron un instante, 4 bombeos más, un beso más largo y un alivio mutuo finalmente.

Y ahora...¿con qué cara volvemos a la orilla?

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