10 marzo, 2008

Café con leche

El día transcurre tranquilo en la cafetería. Apenas vienen clientes a estas alturas de la tarde, pues ya es la hora de comer. Ya sólo quedo yo esperando a la hora de cierre. Estoy limpiando las copas mientras miro la poca actividad que hay por encima de la barra: está todo tan inactivo que ni la palabra aburrimiento es capaz de definir bien la situación.

No era muy difícil cambiar esta situación; sin embargo, por azares del destino, ésta cambió a increíblemente mejor en menos tiempo del que dura un parpadeo. Cerré los ojos y al abrirlos me encontré con su silueta, su sonrisa, su hermoso cabello, su traje de oficina siempre extremadamente sexy.

¿Por azares del destino?
Puede parecer presuntuoso, pero hace un tiempo que pienso que yo le gusto. Incluso que tiene alguna intención oculta y no sólo para pedirme el café con leche calentita de cada mañana, siempre con dos azucarillos, o la cervecita de media mañana, con su tapita de ensaladilla rusa. Cada día siempre pide lo mismo y, aunque somos 3 en la barra por la mañana, siempre me lo pide a mi, con una sonrisa preciosa, que en más de una ocasión he interpretado como pícara y de deseo. Estoy seguro de que más de una vez he debido servirle con una sonrisa de tonto, por las burlas posteriores de mis compañeros.

Lo cierto es que esta chica, atractiva donde las haya, ha protagonizado más de una fantasía en mis sueños más íntimos. Muchas veces hemos hablado y siempre he querido pedirle el número de teléfono, para quedar y tomar algo tranquilamente al margen de la concurrida cafetería, pero nunca me he atrevido. Parece que hoy podría ser un buen día para ir un poco más al grano y dejarlo caer...

-Hola guapo.
-Hola preciosa, ¿qué tal el día?
-Con demasiados papeles. He salido de la oficina porque ya los tenía atravesados y he venido aquí para relajarme un poco
-Vaya, pues no sé si apenarme por ti o alegrarme por mi
-Además aún no he comido nada y tengo que seguir. Me preguntaba si tenías algo para darme

Realmente ya debería cerrar e irme a mi casa a comer, pues en la cafetería no tenemos menús ni nada parecido. Sin embargo, una pizca de maldad vino a mi: esta era mi oportunidad de estar a solas con ella, tranquilamente y sin interrupciones. Algo se podría apañar. Sólo esperaba no espantarla diciendo que debía cerrar.

-Pues algo tengo, sí -dije, mientras comenzaba a cerrar las persianas metálicas. Además yo también voy a aprovechar para comer ya que me he quedado un rato más, porque tendría que haber cerrado hace un rato (una pequeña mentira )
-Bueno, pero no quiero molestar.
-Hija, tu presencia no puede molestar

Conseguí una sonrisa preciosa por ese comentario.

Me disponía a preparar unas raciones de ensaladilla rusa y jamón para ambos, cuando ella entró a la barra de improviso, dispuesta ayudarme.

-¿Quieres que te eche una mano?
-¿Dónde?
-Donde tú quieras -respondió ella.

Ese momento me excitó. Sentí ese calor inconfundible que me recorre desde el abdomen hasta la cabeza. Deseé decirle lo que realmente pensaba, pero preferí ser bueno... aunque quizás ella había venido a sacar mi lado más diablillo...

-Puedes cogerme el lomo... la caña de lomo digo (Rió) Es que pensaba cortar un poco de jamón. Si quieres, puedes cortar también algo de queso y lomo, que es más fácil. Es que no quiero que te manches de ensaladilla.
-Bueno, si me mancho no pasa nada, se lava luego.
-Pero no quiero que vayas otra vez a la oficina con la camisa manchada.
-Pues entonces me la quito y no la mancho...
-Si te la quitas, no voy a responder de mi mismo...
-Entonces, empieza a quitarmela tú...


Sin dudarlo, me acerqué a ella y puse mis manos sobre sus botones. Su mirada era, igual que la mia, de puro deseo. Comencé a quitarle el primer botón, mientras acercaba mi rostro al suyo. Salió el primero y fui a por el segundo, justo en su escote. Tiré un poco de la camisa para acercar su cuerpo al mio, mientras mis ojos iban cerrandose. Sentí sus labios húmedos cuando salió el segundo botón. El primer roce podía parecer inocente, pero nada más lejos de la realidad. Un cálido *****llino invadió nuestros cuerpos unidos por labios y lenguas. Yo seguía quitando botones mientras ella me abrazaba y sacaba mi camisa del pantalón. Terminé abriendo su camisa y abracé su cintura por dentro de ésta, para empujar su espalda y unir más nuestros cuerpos, pues quería sentirla completamente.

Me separó un poco y tiró de mi camisa hacia arriba. Me quitó la camisa como si fuera una camiseta, dejandome sólo el cinturón y el pantalón, notablemente abultado ya. Yo busqué la cremallera que abría su ceñida falda mientras ella desataba mi cinturón. Ambos estabamos muy calientes, con prisas, con ganas de todo. Dejamos de besarnos para bajarnos nuestras respectivas ropas y rápido volvimos a empezar una vez liberados de aquellos trapos, inútiles en ese momento.

Nos abrazamos fuerte, frenéticos y nerviosos. Palmabamos nuestras espaldas y nuestros traseros, con ganas de hacerlos nuestros mientras salíamos de la barra. Nuestros labios no se separaban y nuestras lenguas no dejaban de bailar mientras nuestros pies nos llevaban a una de las mesas exteriores. Ella cogió mi rabo que, no me había dado cuenta, tenía un tamaño considerable en ese momento. Llegamos a la mesa y nos liabamos mientras ella pajeaba mi polla con suavidad, me encantaba cómo lo estaba haciendo.

Nos separamos de nuevo y la miré, ya no con deseo, sino con lascivia pura. Habíamos caído en el pecado de la lujuria y pretendíamos disfrutar de él. Busqué el cierre de su sujetador, y lo conseguí abrir sin demasiada dificultad. Separé el sujetador de su piel con suavidad, dejando al descubierto sus preciosos pechos y sus excitados pezones. Esos querían nuevas cubiertas. Humedecí mis dedos y comencé a frotar sus pechos, sus pezones, suavemente. Cerró los ojos para disfrutar mi tacto más intensamente. Yo mientras la besaba, me humedecía los dedos y volvía a besarla mientras disfrutaba de su paja.

No tardé demasiado en pasar de sus pezones a su entrepierna. Estaba muy caliente y húmeda, y era muy suave. Al tocar su coñito con mis dedos húmedos, sentí unos deseos tremendos de follarla salvajemente. Quería abrir sus piernas y penetrarla con mi dura polla, embestirla y oir cómo disfrutaba.
No es que me leyera el pensamiento. Es que ella estaba pensando lo mismo que yo, cuando dijo: "Ven, follame ya, quiero tenerte enterito"

Abrió sus piernas y dejó que me situara entre ellas. Cogí mi erecta verga, venosa y bien inflada y busqué su vagina con mi glande. Sólo había que seguir el calor, con el tacto se llegaba fácilmente al punto más húmedo. Ahí estaba justo, un poquito más abajo de la parte de su rajita que mis ojos alcanzaban a ver. Entraba, entraba, entraba y entraba. Llené todo su hueco de manera continua mientras obtenía una sensación de placer indescriptible. Mi glande fue abriendose camino por su interior hasta llegar al fondo, se paró y poco a poco empezó a salir de nuevo. No llegó a salir todo mi rabo, cuando volví a entrar de nuevo y ambos lo agradecimos con jadeos de puro placer.

Su cara miraba al cielo, pero tenía los ojos cerrados. Uno de sus brazos me rodeaba y el otro se apoyaba en la mesa mientras yo mordía su cuello, como un vampiro en busca de su dosis de sangre. Mis manos rodeaban su cuerpo, cogiendo su trasero, y sus piernas rodeaban mi cintura mientras mi pelvis golpeaba fuertemente la suya. Mi rabo aumentaba el tamaño de su vagina en cada entrada. Mis entradas y salidas nos hacían resoplar y jadear, incluso gemir. Poco a poco el ritmo se iba acelerando. Yo le daba con más fuerza y ella me pedía aún más. Ya no me abrazaba y podía ver su cuerpo en todo su esplendor mientras clavaba mi polla en ella, con mis manos en su cintura. Sin duda, parecía que la mesa fuese a romperse o a clavarse en la pared...

Ella comenzó a resoplar de una forma diferente. Gemía más fuerte y disfrutaba más.Era el momento de seguir y seguir, empujar y martillear su coñito húmedo y rellenarla con todo mi rabo. Me abrazó fuerte y me insistió en que siguiera dandole. Yo no tenía pensado dejar de sentir el caliente tacto del interior de su coñito. La mesa vibraba y golpeteaba la pared, sus uñas se clavaban en mi espalda y sus piernas me presionaban con fuerza. Había llegado el momento, así que cogí todas mis fuerzas y la follé como nunca la habían follado y empujé como nunca la habían embestido.

Seguí entrando y saliendo mientras ella se reponía del clímax, pero empezaba a alcanzar yo el mio. Tenía unas ganas tremendas de descargar mi manguera, bien llena y prieta desde hacía un buen rato.

-Me voy a correr.
-Espera, espera...

Me separó, sacando mi polla de su caliente guarida. Se bajó de la mesa y se arrodilló frente a mi. Metió mi polla en su boca y la pajeó con fuerza, jugó con su lengua sobre mi arma mientras la frotaba. La tenía a punto de disparar. "Dame tu leche calentita" me dijo, mientras me miraba satisfecha. Descargué mi contenido sobre sus pechos con un potente disparo inicial que salpicó en mis piernas, seguido de unos blanquecinos y cálidos chorros, densos y viscosos, que caían sobre su piel mientras ella restregaba mi punta sensible y aún dura sobre sus pechos.

Los cafés con leche calentita ya no serían lo mismo después de aquel día.

Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

No hay comentarios: