07 diciembre, 2010

A Cris le gustan las pollas (2)

Hice lo que Cris me dijo. Salí fuera de la tienda y vi un banco cercano de metal. Me senté sobre él y sentí el frío recorriéndome la espalda. Sin duda, yo estaba a una mayor temperatura que el banco. Esperé observando a la gente pasar. Las personas iban y venían, cada una con sus asuntos en la cabeza. Muchos pasaban con bolsas, pues se había iniciado la temporada de compras navideñas. Los ancianos pasaban más lentamente, las mujeres se paraban más en los escaparates, los hombres eran más veloces y raudos en el paso.

¿Cuánto tiempo estaría allí? ¿Podríamos finalmente cumplir nuestra aventura? Pasaba el tiempo y noté cómo me iba relajando, el pantalón me apretaba menos y podía dejar de disimular la postura y sentarme más cómodo. Intentaba observar dentro de la tienda pero apenas veia a través del escaparate. ¿Qué estaría pensando Cris en este momento?

Pasó media hora y no sabía dónde meterme ya. Me levanté del asiento y di algunas vueltas por delante. Pensé en entrar de nuevo, citarla a un encuentro más convencional y despedirme. Cena, bar, unas copas, hotel... Siempre suele funcionar y es menos problemático para ambos. Entonces vi salir a una chica de la tienda con el uniforme de vendedora... No era ella. Era una mujer de más edad, ni siquiera se fijó en mi.

Ni cinco minutos después se asomó Cris por la puerta y me llamó. Me dirigí hacia ella con determinación, volvieron los calores a mi, el corazón se me aceleró y la presión sanguínea aumentó.

-Perdona, es que estaba esperando a que se fuera la jefa, - me comentó- ven.

Me cogió de la mano y tiró de mi hacia el mostrador. Dentro estaban sus compañeras de trabajo, que nos miraron y nos sonrieron pícaras. Traspasamos el espacio que separaba la zona pública de la tienda y nos adentramos en la zona privada. Pasamos una cortina y nuestras siluetas dejaron de ser visibles a los demás. Detuve entonces a Cris y la abracé intensamente, a miré y la besé con todas las ganas que la tensión del momento generaba. No dudé ni un momento en quemar su culo con mis manos ni en apretarla contra mi pantalón para que notase el bulto. Aún se escuchaba la gente hablando en la tienda mientras me llenaba de su aliento.

Paramos un momento para seguir adelante, hacia un sitio donde no se nos oyera a nosotros. No dejaba de mirarla, iba delante de mi y lo único que conseguía con eso era ponerme más cachondo y chocarme con las cajas de aquel lugar estrecho. Se dio la vuelta y volvimos a besarnos. Saqué su camisa del pantalón y busqué sus pechos. Ella no dudó un instante en desabrochar mi pantalón, sabía lo que quería. Levanté el sujetador por encima de sus tetas sin quitar el cierre y amasé sus tetas con mis manos, apretándolas y juntándolas mientras ella acariciaba mi carne por encima del boxer. Tenía la polla y los huevos bien apretados bajo la lycra y querían salir para ella.

Bajé mi cabeza y lamí sus tetas, sus pezones se endurecieron al instante. Me encantaba el sabor de su piel, de sus labios, su olor a zorra caliente. Bajé mi pantalón e invité a Cris que continuase ella. Se puso en cuclillas y tiró de los calzoncillos hacia abajo. Estaban apretados y me arañó un poco al bajarlos. Mi polla estaba muy dura para no haberla pajeado aún y mis huevos estaban ya pensando en vaciarse. La cogió con una mano para dirigirla hacia su boca y comenzó a chuparla como ninguna antes lo había hecho. Notaba su lengua recorrerme entero, su boca parecía no tener fondo y su lengua quería alcanzar los huevos en cada pasada. Sabía que a ella le encantaba y sabía que se esforzaría todo lo posible para sacarme el zumo que guardaba. Pero leche no era lo único que quería darle.

-Para un momento, no me quiero correr tan rápido.

-Mi jefa llegará en cualquier momento.

-Levántate un momento.

La besé, sus labios sabían a mi. La miré a los ojos.

-Voy a follarte como a una puta.

Le di la vuelta y le besé el cuello mientras desabrochaba su pantalón.

-Me encantas, estás buenísima.

Bajé al mismo tiempo su pantalón y sus braguitas.

-Te voy a empalar con mi rabo.

Palpé su coño con mi mano y me sorprendió de lo mojado que estaba. Acaricié ligeramente su coño y su culo empapandolo todo con sus flujos y le hice agacharse. Golpeé dos veces su clítoris con mi polla embrutecida y se la clavé, hundiéndola en su cuerpo recreándome en ello. Su coño parecía un horno y mi polla se movía bien lubricada allí dentro.

-Mmmmmmmmmmmmmm, ¡joder!

Me pregunté si alguien estaría viéndonos. Quizás alguna de sus compañeras habría entrado a cotillear y me estaría viendo el culo mientras embisto a su amiga Cris. Quizás nuestros jadeos eran lo suficientemente sonoros como para que el público de la tienda se extrañase.

-Quiero tu leche- me dijo sin rodeos.

-¡Cómo me pones! ¿Dónde la quieres?.

-Tú ya lo sabes.

Saqué mi polla y la restregué por su culo estrechito. Se dio la vuelta y volvió a agacharse. Aún tenía ganas de embestir y no dudé en follar su boca con mi polla empapada en los fluidos de su coñito.



Efectivamente sabía dónde le gustaba a Cris una buena corrida. Quería sentirse bañada por un buen chorro de esperma. Quería que mi semen resbalara por su cara, por su boca; quería que manchase sus tetas y se escurriera hasta gotear. Quería chuparme la polla después de correrme sobre ella y sentir cómo volvía a quedar flácida sabiendo que ella, y sólo ella, era la dueña de aquella polla y aquella leche.

Saqué el falo de su boca y no me hicieron falta ni dos pasadas con la mano para que mis huevos descargaran unos chorros gruesos, espesos y blancos sobre su cara boquiabierta. Por suerte no manché su pelo, pero me encantó ver su cara repintada, sonriente, relamiéndose, apretando mi pene para terminar de extraer las últimas gotas que recogía con los labios. Utilicé mis dedos para recoger parte de mi semen que caia por su mejilla y lo dirigí a su boca, que lo recibió con placer.

El relax después de un buen polvo es indescriptible, pero después de algo así directamente me quedé lacio y casi sin fuerzas. Me acordé entonces de dónde estábamos, de lo que habíamos hecho y de que el morbo debía dar paso a la realidad otra vez. Por suerte, había traido pañuelos de papel, pues necesitamos 4 para limpiar todo lo que la morbosa boca de Cris no alcanzaba a saborear.

Me despedí de ella en el mostrador disimulando como si hubiera sido una muy provechosa cita de negocios. Aunque creo que no podría engañar a sus compañeras dependientas. Sólo al salir por la puerta, en una última mirada, me percaté de que no habíamos sido capaces de limpiar todo y algo se había quedado en la camisa del uniforme...


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